Por Andrea Guachalla
En 2001, un reconocido autor británico llamado Ian McEwan publicó una novela de metaficción titulada “Expiación” que ilustra con precisión cómo la expiación – la reconciliación de Dios y la humanidad a través de la muerte sacrificial de Jesucristo – es percibida por una cultura atea, a diferencia de cómo se explica en las Escrituras y se entiende por aquellos que creen en Cristo por la gracia de Dios.
La historia que Ian cuenta en Expiación, trata sobre una joven novelista durante la Segunda Guerra Mundial llamada Briony, que arruina la vida de su hermana, Cecilia, y el novio de su hermana, Robbie, mintiendo sobre un crimen que toma lugar en su casa. Robbie termina siendo encarcelado injustamente, y luego es enviado a la guerra, y Cecilia termina viviendo una vida miserable como enfermera, exenta de los lujos que posee y disfruta su acomodada familia. Atormentada por sus pecados y el recuerdo de aquellos cuyas vidas arruinó, emprende un largo viaje en busca de perdón y reconciliación, expiación por sus pecados. Pero la expiación no se encuentra por ninguna parte para Briony. El libro concluye diciendo lo que es la expiación para esta joven escritora, y para quienes no creen en Dios y en Cristo como su salvador:
“¿Cómo puede una novelista lograr la expiación cuando,
con su poder absoluto de decidir los resultados,
ella también es dios?
No hay entidad, ni ninguna forma superior a la
que pueda apelar, reconciliarse con ella
o que pueda perdonarla.
No hay nada fuera de ella,
[no hay] expiación para Dios, ni para los novelistas,
aunque sean ateos.
Siempre fue una tarea imposible,
y ese era precisamente el punto.
El intento lo fue todo “.
A menudo estamos expuestos a esta idea de que tenemos el control de nuestras propias vidas y que podemos controlar o dirigir nuestro destino como si fuéramos Dios. A menudo se nos dice que el Dios de la Biblia ni siquiera existe, por lo tanto, no puede perdonar, ni juzgar, ni expiar nuestros pecados. Vivimos en un mundo sin Dios donde se celebra el pecado y se abrazan las verdades relativas, en un mundo que se enfurece contra la santidad y la única Verdad, la Palabra de Dios. Esto es lo que tenemos en el mundo: personas que no quieren a Dios, ni se arrepienten de sus transgresiones, ni buscan el perdón de Dios ni biscan reconciliarse con Aquel que es nuestro creador. Es un mundo que rechaza a Cristo y el plan de Dios para la salvación.
Como Briony, el mundo tiende a pensar que tenemos el poder de decidir los resultados como si fuéramos Dios. La conclusión de Briony es la conclusión del mundo: no hay entidad ni forma superior a la que el hombre pueda apelar, pedir perdón o reconciliarse con él. Según el mundo, no hay nada fuera de sí mismo, por lo tanto, no hay expiación por los pecados, ni la necesidad de ello, la obra de Cristo en la cruz es solo una historia, y la omnipotencia y soberanía de Dios son solo palabras. En el mundo, todos somos semidioses en medio de otras deidades poderosas, excepto que no somos semidioses…
Nada de esto es cierto. Somos pecadores que necesitan un salvador (Efesios 2). Y qué gran Padre tenemos que tenía un plan de salvación para que todos los que Él llamara (Juan 6:44), y que se arrepintieran y tuvieran fe en Cristo fueran salvos por la eternidad (Hechos 11:18), Él fue el mismo Dios que en el Antiguo Testamento mostró lo que haría Cristo en la cruz más adelante. Es allí, en el Pentateuco, donde leemos sobre el sistema de sacrificios donde los animales se ofrecían como una forma de expiar los pecados de la gente y apaciguar la ira de Dios. Fue el Dios de orden, justicia y amor quien instruyó a su pueblo a construir el Tabernáculo para que pudieran acercarse a Él, y quien estableció las regulaciones para la adoración y la expiación de los pecados que dio lugar al Yom Kipur, el Día de la Expiación que fue celebrada una vez al año por el pueblo judío.
Este mismo Dios es el que voluntariamente envió a su único Hijo a la tierra, el que podía expiar los pecados de todos. Y fue este Hijo, Jesucristo, quien voluntariamente se ofreció a Sí mismo para que pudiéramos reconciliarnos con Dios a través de Su muerte (Isaías 53) y así Él fue el perfecto y último chivo expiatorio. El fin del Antiguo Pacto y el comienzo de un Nuevo Pacto (Hebreos 8). ¿Qué papel tenemos nosotros en todo esto? ¿Qué de bueno había en nosotros para que Dios enviara un salvador para expiar nuestros pecados, iniquidad, rebelión y transgresiones? Como dijo una vez un teólogo, lo único que ofrecemos en este escenario de salvación, expiación y la obra de Cristo, en general, es el pecado que lo hizo necesario. Nada más. Y por eso el cristianismo es tan contrario a lo que el mundo dice sobre el hombre.
Porque no, no somos víctimas de un Dios tirano, somos sus malhechores. No somos dioses y diosas, somos menos que polvo en comparación con Cristo nuestro Santo Salvador. No somos lo suficientemente buenos, lo suficientemente fuertes, lo suficientemente inteligentes para controlar nuestro destino, solo Dios controla lo que sucede mientras nosotros somos como una niebla atrapada en esta cuarta dimensión, el tiempo. Sin Cristo no podemos reconciliarnos con Dios, sin nuestro Salvador no podemos ser justificados a los ojos de nuestro Padre. Sin Cristo no podemos amar, no podemos hacer buenas obras, no podemos entender la Palabra de Dios.
¡Oh, que entendiéramos nuestro bajo estado cuando entendemos a través de la Palabra de Dios, la oración y el Espíritu Santo Su santidad y perfecto amor! ¡Que no nos atrevamos a mirar hacia el cielo en reverencia al Dios que nos dio la gracia y a nuestro Salvador que nos reconcilió con Su Padre! Si estuviéramos asombrados por Su grandeza, también estaríamos asombrados por nuestras faltas y transgresiones, y nuevamente asombrados de que Él, nuestro Salvador, fuera hecho nuestro Siervo para expiar nuestros pecados (Isaías 53).
¿Qué podemos pedir sino que el Señor nos dé valentía y fortaleza para compartir Su Palabra y ser como Él en este mundo que no quiere conocerlo? ¿Qué podemos pedir sino que Él verdaderamente nos haga luz y sal en nuestros hogares, en nuestras escuelas, en nuestros trabajos y en nuestros vecindarios? ¿Qué más podemos hacer sino estar agradecidos porque estábamos perdidos, y Él nos encontró, estábamos muertos y Él nos dio la vida, no teníamos propósito ni significado, sin embargo, a través de Cristo Él nos dio un propósito?
¿Cómo responderemos a la pregunta de si puede haber expiación en un mundo sin Dios? Respondamos sólo con esto: fuera de Cristo no hay camino, ni verdad, ni vida, fuera de Cristo no hay expiación, ni salvación, ni reconciliación con el Padre, fuera de Él no hay nada, solo juicio, pecado y desesperación. Pero hoy, como dice Su Palabra, es el día de la salvación (2 Corintios 6: 2). Cualquiera que esté convencido de que es un pecador está llamado a arrepentirse y creer en Cristo, el Hijo de Dios, nuestro Salvador, y así tener una relación con Dios el Padre.
Referencias:
- J. I. Packer. 2013. “From Heaven He Came and Sought Her”. Crossway.
- Ian McEwan. 2001. “Atonement”. Vintage.
Esta historia nos quiere decir que nos tomamos la justicia por nuestras propias manos. Y que Briony salió a buscar arrepentimiento. Pero no busco a Dios para arrepentirse que nos olvidamos de Dios
Exactamente. La historia de Briony prueba que el arrepentimiento, la reconciliación con Dios y el perdón dependen de nuestro Creador, y no pueden ser alcanzados en nuestras fuerzas. Necesitamos de Dios.