Por Gimena Alarcón
“Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas,
Santiago 1:2-3, Reina Valera 1960
sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.”
Una y otra vez la palabra de Dios nos manda a gozarnos en la salvación tan grande que nos ha sido concedida por gracia, a obedecer, a perseverar y soportar la aflicción, las pruebas.
“Tened por sumo gozo” ¿Cómo es posible estar gozosos en medio de las pruebas? ¿Será que para el cristiano no duele el dolor? ¿Estamos libres del temor, y el cansancio? ¿Es el evangelio un seguro contra la calamidad?
¿Nos empeñaremos en negar el dolor y pondremos nuestra esperanza en recuperar todo lo perdido como Job y esperaremos ser excluidos de todas las vicisitudes humanas?
Queremos que Dios nos libre milagrosamente del horno de fuego y de los leones como lo hizo con Daniel y no queremos morir apedreados como Esteban. Es natural pretender huir del dolor, pero es imposible que no nos alcance.
Desde nuestro nacimiento, como criaturas humanas somos las más indefensas de todas, dependemos del cuidado de nuestros padres para sobrevivir, limitados por el espacio y el tiempo y afectados mortalmente por el pecado.
Vivimos un tiempo en que la tecnología ha facilitado la vida de tal manera que nos crea la falsa ilusión del control de nuestras vidas y de las circunstancias que nos rodean, adquirimos el hábito de obtenerlo todo de forma instantánea, la comunicación digital (que no siempre es comunicación), realidades que podemos ver de cualquier lugar del mundo, pero que no siempre son reales, imágenes mejoradas, el mundo en casa a través de una pantalla.
Vidas ajenas que parecen perfectas, y la carrera loca de alcanzar comodidad y aceptación… será por eso que Dios escogió en su sabiduría el tiempo de nacimiento de Jesús durante la época del Imperio Romano, cuando la gente aún se movilizaba a pie, sin agua potable, luz eléctrica y teléfono, sin los medios de comunicación de hoy que nos tienen mortalmente distraídos de la verdadera realidad, sin las comodidades de las que hoy gozamos.
Jesucristo caminó en nuestros polvorientos caminos de entonces, no tuvo aquí en la tierra los lujos de los reyes de aquella época, lujos que son menores a lo que nosotros gozamos el día de hoy.
El sumo gozo para el humano de hoy es tener todo ahora y con el menor esfuerzo, es el sueño y el ídolo de la comodidad total, ser el centro del mundo, tal como lo quiso ser Satanás, desplazar a Dios y ocupar el trono.
Nuestro sumo gozo como cristianos debería ser conocer más a Dios, ser más cercanos a Jesucristo, ser más agradecidos por haber sido libertados del dominio del pecado, disfrutar de su palabra y confiar en sus promesas ya cumplidas y las anunciadas que están en proceso de ser cumplidas. Es apreciar todas y cada una de las pequeñas o grandes cosas que nos manifiestan Su poder, Su grandeza y Su condescendencia al haberse acercado a nosotros, disfrutar de Su gracia derramada en nuestras vidas diariamente.
Se nos manda a tener la mirada puesta en Jesucristo, a ser como Él… es imposible, estamos demasiado distraídos, invadidas nuestras mentes con tonterías al por mayor, necesitamos de su Espíritu; la aflicción es el medio que Dios usa para despertarnos una y otra vez, para ayudarnos a entender que somos solamente humanos limitados, falibles, inútiles, débiles, necios.
¿Cuántas veces luchamos contra nuestro orgullo y autosuficiencia, y cuando creemos haber alcanzado éxito en esta tarea, le robamos la gloria a Dios y nos enorgullecemos de ser menos orgullosos y autosuficientes?
Dice a Dios el salmista: “Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti“(Salmo 73:22); igual somos nosotros, que nos atrevemos a envidiar a los incrédulos poderosos y ricos, amados y aceptados por la sociedad; osamos envidiar a aquellos que obtienen todo lo que desean, cuando todo lo que desean es pecar. Anhelamos descansar en el pantano de la comodidad total como si ese fuera el fin de nuestras vidas, ignorar a Dios plácidamente, conocer de su palabra y vivir como si no existiera.
Por primera vez en la historia vivimos una situación como la de este tiempo, en la que fuimos todos obligados a abandonar la carrera en seco, pisar la tierra, admitir la fragilidad de la vida y reconocer que el futuro es incierto (siempre fue así, pero lo ignoramos intencionalmente, confiados en nosotros mismos y la tecnología).
Tened por sumo gozo que Dios en su misericordia haya querido despertarnos y estorbar nuestro cómodo y ancho camino a la condenación; la hipocresía se hace evidente ante una muerte inminente, ante la aflicción, la enfermedad, la frustración, el temor, el dolor… es tiempo de volver a Dios, es tiempo de revisar nuestra metas humanas, y reconocer su soberanía, es tiempo de reconocer nuestra tibieza, de abandonar el camino ancho, y tiempo de poner nuestros ojos en Jesús: el autor y el consumador de la fe.
Hermanos, si no podemos gozarnos en medio de las pruebas, es que amamos más todo aquello que nos es quitado, y si amamos más todo aquello que se nos quita, es que no estamos amando a nuestro Dios como debiéramos…¿idolatría?… no digo que no lloremos y suframos por las actuales circunstancias… lloraremos y clamaremos al Dios que nos oye y seremos levantados para seguir a su servicio, daremos los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gal. 5:22-23); porque Él completará su obra en nosotros y lo está haciendo por medio de las pruebas, circunstancias difíciles tales como la enfermedad, la muerte, la separación, la escasez, la soledad, la injusticia, la persecución y aflicciones de toda naturaleza.
Gracias a Dios por las pruebas, por lo que nos da y lo que no nos da, en su perfecto amor y sabiduría. El amoroso hortelano nos está podando sabiamente hoy para que demos abundante fruto para su gloria.
Las pruebas no son necesariamente un castigo, el castigo fue recibido por Jesucristo en una cruz, somos libres de la condenación, podemos estar gozosos, nuestra salvación no depende de nuestro correcto desempeño como cristianos, la obra perfecta de nuestra salvación ha sido consumada.
¿Cómo lograremos sobrellevar las circunstancias que nos sobrepasan sin desfallecer o enloquecer? En nuestras propias fuerzas es imposible, necesitamos diariamente de su gracia. Para la madurez no hay atajos, para la madurez se requiere tiempo, y es caminando en el camino paso a paso que estamos siendo transformados día a día, y cada día es una nueva oportunidad de arrepentirnos y buscar hacer su voluntad tal como está escrita en Su Palabra, no estamos solos, es su mismo Espíritu el que nos ayuda y conduce para que podamos hacer nuestras estas palabras del profeta:
“Aunque la higuera no florezca,
Habacuc 3:17-18, Reina Valera 1960
ni en las vides haya frutos,
aunque falte el producto del olivo,
y los labrados no den mantenimiento,
y las ovejas sean quitadas de la majada,
y no haya vacas en los corrales; con todo,
yo me alegraré en Jehová,
y me gozare en el Dios de mi salvación.”
Amén.