CONFESIONES DE UNA EX-FEMINISTA

Por Andrea Guachalla

Era mi segundo año de universidad y estaba tomando una clase en salud pública. El profesor tuvo una idea interesante y pidió a la clase que meditara durante un par de minutos y que cada uno escribiera sobre sus planes, metas y deseos para el futuro de su vida. No recuerdo cuál era el objetivo del profesor al pedirnos aquello, pero seguí sus instrucciones de todos modos. Al final del tiempo que nos dió, eligió a dos estudiantes, un joven y una mujer, para compartir lo que habían plasmado en sus hojas. Ambos, orgullosos de lo que habían escrito, empezaron a explicar cuáles eran sus planes y deseos. 

El joven dijo que planeaba casarse, tener hijos y trabajar duro para mantener económicamente a su familia, esa era la razón por la que actualmente estaba cursando el programa de licenciatura. Su principal motivación en la vida era el amor y su deseo de proveer para su familia. Cuando fue el turno de la mujer de hablar, dijo que quería continuar sus estudios con una maestría después de graduarse del programa de licenciatura. Luego continuaría con un programa de doctorado para hacer investigación científica, quería escribir un libro o dos, trabajar como profesora en una universidad de renombre y ganar un premio Nobel. 

¿Demasiado ambicioso? Probablemente si. 

Sus últimas palabras fueron: “Oh, y nunca NUNCA quiero casarme o tener hijos. ¡Eso lo arruinaría TODO! ” Al contrario de la motivación desinteresada que tenía el joven para seguir estudiando, lo único que ella quería era servirse a sí misma. El hombre estaba encantado con la idea de tener una familia un día, la mujer despreciaba la mera idea de tener una.

Como les sucede a muchas otras mujeres, ella había creído la mentira de que la maternidad es un tipo esclavitud moderna, que construir una carrera era más valioso que tener una familia, y que sin importar qué: todos los hombres eran perpetradores de la opresión de las mujeres, evidenciado por la carencia de ellas en el campo laboral. Mirando hacia atrás, casi me sorprende el hecho de que esa joven fuera yo: yo había deseado no casarme nunca, ni tener hijos, y dedicar toda mi vida a la investigación científica. Mi deseo era lograr más de lo que podría lograr cualquier científico hombre, y demostrar que las mujeres también eran autosuficientes y capaces. Mi vida era una carrera en contra de los hombres y una vida llena de odio. 

La Andrea feminista empedernida de esa época obviamente habría negado todo lo que escribiré a continuación, pero lo escribo con la esperanza de que las feministas y exfeministas se identifiquen con esto y sepan que hay esperanza. 

Confieso que cuando era feminista: 

Odiaba a los Hombres

Según la narrativa feminista, todas las mujeres son víctimas del patriarcado, y todas las mujeres son victimizadas por los hombres de una forma u otra. Como buena feminista, lo creía todo, incluso si no se me presentaban hechos o si no tenía suficientes ejemplos para demostrar que ese era el caso. El simple razonamiento parecía plausible, y en lugar de evaluar el comportamiento de cada uno de mis amigos, o miembros de mi familia individualmente, simplemente los ponía a todos en la misma bolsa y afirmaba que todos discriminaban a las mujeres, que todos querían gobernar autoritariamente sobre ellas , y que todos querían aprovecharse de ellas.

Podría haber dicho objetivamente que muchos de los hombres que conocía eran en realidad amables, admiraban a las mujeres y las protegían cada vez que veían que otras personas pretendían hacerles daño. Pero eso iba en contra de la narrativa feminista, y yo no podía permitirme reconocer que los hombres podían ser buenos. Por lo tanto, inconscientemente buscaba cualquier razón para categorizar a los hombres de machistas o sexistas, ya sea por algo que dijeran o hicieran, o por la forma en que se comportaban, o por las cosas que esperaban de las mujeres. Según el feminismo, todos los hombres son malvados, y yo estaba a favor de encontrar razones para apoyar esa afirmación, incluso si no tenía ningún sentido.

Odiaba a los hombres, incluso si nunca me habían hecho daño. No me importaba conocerlos como individuos, los odiaba como grupo colectivo y mi odio no se detenía ahí.

También Odiaba a las Mujeres

Todas aquellas mujeres que pensaban que los hombres y las mujeres tenían un diseño diferente, un rol diferente, y que pensaban que casarse era algo deseable, y ser madre el mejor trabajo que uno podría tener… Todas esas mujeres que pasaban horas probándose diferentes peinados, ropa y maquillaje para lucir bonitas, y con mucho gusto dedicaban su día a hornear, cocinar y limpiar, deseando ser buenas amas de casa y buenas anfitrionas… ¿Quiénes se creían que eran? 

Las odiaba. Odiaba a las mujeres que eran femeninas, odiaba a las mujeres que deseaban casarse, odiaba a las mujeres que deseaban tener hijos más de lo que deseaban tener una carrera. A menudo las menospreciaba con arrogancia, las juzgaba, me abstenía de ser su amiga y les lanzaba sutiles insultos si se me presentaba la oportunidad.

Odiaba la Belleza

Dado que se suponía que los hombres y las mujeres deberían ser tratados como iguales, ¿por qué las mujeres tendrían que hacer un esfuerzo tan grande para lucir de cierta manera, cuando los hombres a menudo descuidaban su apariencia? ¿Por qué la sociedad pondría tanta carga sobre las mujeres y las obligaría a usar productos de belleza, maquillaje y ropa bonita? No cabía en mi mente que las mujeres realmente prestan atención a los detalles y aprecian la belleza de una manera diferente a la de los hombres. No se me pasó por la cabeza que preocuparse por lucir bella no es algo malo o despreciable como pensaba que era.

El feminismo dice que la belleza es una construcción social, que la belleza es relativa. Además, acorde al feminismo la belleza es incluso un herramienta del patriarcado para oprimir a las mujeres y hacer que se centren en estándares de belleza inalcanzables, mientras que los hombres tienen libertad de no prestar atención a ello. Como resultado, yo ponía menor de los esfuerzos en mi vestimenta, me negaba a cepillarme el cabello o usar cualquier tipo de maquillaje. Y, por supuesto, hablaba mal de cualquier chica que tuviera una visión diferente de la belleza que la mía. Aunque mi única opinión vaga sobre el tema era: “La belleza no existe”.

Odiaba a las Familias

Mi odio por las mujeres se traducía en mi odio hacia las familias en general, porque sabía que muchas de mis amigas deseaban tener una. No podía entender cómo una mujer en su sano juicio desearía casarse y tener hijos, convirtiéndose así en esclava de su familia, en lugar de estudiar y convertirse en una trabajadora exitosa y reconocida, convirtiéndose así en esclava de la academia y el campo laboral.

La palabra “familia” se convirtió en sinónimo de “no oponerse al patriarcado que tanto oprime a las mujeres”. “Familia” me parecía, el lugar donde las mujeres son explotadas y se abstienen de perseguir sus “verdaderos” sueños, mientras que sus maridos tienen el privilegio inmerecido de trabajar y seguir sus sueños fuera del hogar. La consecuencia lógica fue que despreciaba a la familia nuclear. Por el bien de todas las mujeres, deseaba obtener altos puestos en mi campo de trabajo para demostrar que las mujeres también eran capaces de tener éxito y no necesitaban una familia para sentirse realizadas. Ni por un momento consideré que servir a tu familia y ser ama de casa es el verdadero privilegio, y no lo era el trabajar a tiempo completo para un jefe cuya única conexión contigo es el trabajo. 

Cuando era feminista, el objetivo de mi vida era correr una carrera contra hombres, incluso si correrla significaba renunciar a todo para lo que fui diseñada. Mis esfuerzos y logros eran alimentados por el odio y la indignación y realmente pensaba que así era feliz. Pensaba que estaba teniendo un impacto y no podía ver en qué estaba equivocada.

Ahora sé que estaba equivocada. Pero también sé – y esta es mi última confesión – que

Hay Esperanza

Una comprensión errónea de la feminidad, la masculinidad y la familia me llevó a la vida miserable que tenía en ese entonces. Pensé que no había una forma correcta de definir esas cosas, y tampoco había una forma correcta de hacer las cosas. Según el mundo, podía excusar mi mal comportamiento contra los hombres, las mujeres y las familias con las posturas y narrativa del feminismo. Tenía una excusa para buscar una justa venganza. Pero, ¿qué tipo de esperanza y propósito puede ofrecer eso? 

El feminismo no ofrece esperanza ni propósito real. 

La esperanza que me quedaba era que un Padre misericordioso decidiera abrirme los ojos a la realidad de que Dios es santo y yo soy todo lo contrario. La realidad era que yo no era la que estaba siendo agraviado por nadie, sino que yo era la malhechora, desobediente de la Santa Palabra del Dios viviente. Más adelante, al conocer a Cristo, el Hijo de Dios que vino a morir por hombres y mujeres injustos, ofreciéndoles así la salvación, comprendí que solo Él podía darme una nueva vida y ayudarme a comprender todas las cosas que antes odiaba. 

Al conocer a Cristo, dedicar tiempo a leer la Palabra de Dios y escucharla siendo predicada, aprendí cuál era el propósito de la humanidad y cómo diseñó Dios a hombres y mujeres de manera diferente. Pude ver cuán bellamente Dios creó a la familia, y permitió que hombres y mujeres imperfectos le sirvieran dentro del matrimonio y les dio el privilegio de tener hijos para instruirlos en Su Palabra.

¡Eso suena más a esperanza!

Sí, solía ser una feminista arrogante, orgullosa y egocéntrica que no estaba dispuesta a amar a nadie, y Dios me salvó. No por nada de lo que yo era, ni por nada que pudiera ofrecer, sino por pura gracia. Esa es la esperanza que tenemos, conocer nuestra condición de pecadores, arrepentirnos ante el Padre y encontrar la salvación en Cristo a través de la fe. La esperanza que tenemos es conocer el para qué nos hizo como mujeres y hombres, para poder mostrar a nuestras familias, esposos, amigos, hermanos y colegas, el amor que Él nos muestra todos los días.

5 thoughts on “CONFESIONES DE UNA EX-FEMINISTA

    1. Gracias, Mauro. Lo importante es saber eso. Hay esperanza en Cristo sin importar de donde vengamos o que hayamos hecho, o cual sea nuestra afiliación política o ideológica.

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