Por Andrea Guachalla
No sé ustedes, pero siempre que yo me encuentro con una situación en la que alguien necesita ayuda, no necesariamente hago todo lo posible por ayudarlo. No… De hecho, me detengo y reflexiono sobre todas mis buenas obras. Trato de convencerme de que realmente no necesito hacer nada en esas circunstancias porque “ya hago tantas cosas buenas, ¿por qué haría otra buena obra más?”. Convencerme de mi propia bondad es fácil. Pero, no contenta con eso, después me dirijo a Dios y le recuerdo todas las áreas en las que le he servido y cómo sigo sirviéndole para que Él también se ponga de mi lado y reconozca que tengo derecho a no responder a la necesidades de los demás.
Con el tiempo he aprendido a negarme a mí misma y a priorizar cada vez más a los demás, pero el pecado de mi carne todavía me lleva a un comportamiento imperdonablemente orgulloso hacia otros y, peor aún… hacia Dios.
Ese orgullo ha demostrado que puede infectar todas mis relaciones, ya sea con compañeros de clase, amigos cercanos, hermanos y hermanas de la iglesia, mi propia familia o simplemente gente en la calle. Todos ellos tienen necesidades. Puedo ver eso. Si no necesitan apoyo financiero o emocional, a menudo necesitan la única verdad espiritual que puede darles libertad: el Evangelio. En muchos casos no se necesita mucho tiempo para notar en qué área una persona necesita ayuda.
Y sin embargo… Cuando tengo la oportunidad de servir a Dios y, por extensión, a mi prójimo, prefiero servirme a mí misma. Soy fiel a mis propios intereses, pero no fiel a Dios. Mi carne pecaminosa encuentra más satisfacción en disfrutar lo que yo quiera a que en servir a los necesitados. Tiene más sentido responder a mis necesidades y encontrar excusas para ignorar las de los demás. Pero, ¿eso realmente glorifica a Dios? ¿Por qué me amo con tanto orgullo?
Recientemente noté el alcance de la maldad de mis motivaciones podridas cuando me encontré buscando excusas para no compartir el Evangelio con las personas con las que a menudo paso tiempo. ¿Mi excusa? “Ya trabajo demasiado en llegar a poblaciones no alcanzadas con el Evangelio”. Y eso es cierto, de hecho ese es mi trabajo. Pero… ¿Por qué usaría eso como una excusa para no responder a las necesidades espirituales de las personas que me rodean día a día? ¿Qué tan podrido tiene que estar tu corazón para negarte a compartir con otros el mensaje más grande que has recibido por pura gracia? ¿No dice la biblia que no nos cansemos de hacer el bien?
A veces, cuando un amigo cercano o un conocido está en algún tipo de problema, mi primera pregunta a Dios es: “¿Realmente necesito responder a su necesidad?” cuando en realidad mi pregunta debería ser “Señor, ¿cómo quieres que sirva a esta persona en esta situación en particular?”
Nada es por casualidad. Dios no nos revela las necesidades de los demás para que podamos ignorarlos, Él no pone a no creyentes en nuestras vidas para que nos neguemos a compartir el Evangelio con ellos, el Padre no nos da un trabajo y los medios económicos para tener una vida lujosa descuidando el dar a los necesitados. Dios nos ayuda a ver las necesidades de los demás para que podamos responder a ellas en oración con sabiduría y (la mayoría de las veces) de manera práctica, nos da familiares, amigos y conocidos que se rebelan contra Él para que podamos compartir el Evangelio con ellos, Él es quien nos da medios financieros para sostenernos a nosotros y a nuestras familias, pero también para ser generosos con la iglesia y con los demás.
Nada es nuestro. Todo es suyo (Romanos 11:36). Sí, incluso tus amigos incrédulos. Sí, incluso ese trabajo que no te gusta hacer. Sí, incluso las circunstancias duras que nos llevan a ser más como Cristo. ¿Y nosotros qué somos? ¿Qué tenemos dentro de nosotros para ofrecer? Absolutamente nada.
Hace unas semanas uno de los pastores de mi iglesia predicó sobre el tema del servicio y cómo se ve en el contexto de una iglesia. Contuve mis lágrimas cuando lo escuché decir que se nos ha dado el privilegio más grande e inmerecido de todos: poder servir al Dios santo, santo, santo, creador del universo siendo nosotros las criaturas miserables y débiles que somos. Se nos permite servir a Dios y, sin embargo, a veces lo vemos como una carga y buscamos excusas para no hacerlo. Le recordamos a Dios lo buenos que somos para que no nos haga negarnos a nosotros mismos por priorizarlo a Él y a los demás.
¡Oh, Señor! ¿Nos ayudarías a entender cuánto privilegio es servirte a Ti y a los demás? ¿Nos harías rápidos para responder a las necesidades de nuestro prójimo y lentos para complacernos a nosotros mismos? ¿Nos darías un corazón que busque ante todo servirte en cada circunstancia en la que nos encontremos? Renueva nuestras mentes y corazones para que podamos entender que no tenemos porque esperar hasta mañana, o el próximo año, o después de casarnos, o después de graduarnos para servirte, ayúdanos a ver que AHORA MISMO es el tiempo de ser fieles a ti.