¿VALORAS LAS COSAS CORRECTAS EN LAS PERSONAS?

Por Andrea Guachalla

¿Qué es lo que valoras en las personas? ¿Qué te hace querer pasar tiempo con ellos? ¿Qué es lo que te esfuerzas por ser? ¿Un abogado? ¿Un gran científico? ¿Un hombre de negocios? ¿Un millonario?

Es bueno hacer estudios de pregrado y más allá si crees que aquello traerá oportunidades y estabilidad financiera en el futuro. Está bien querer tener un negocio exitoso y ganar mucho dinero para poder invertir en proyectos más grandes. Es bueno querer tener éxito en una carrera académica o en un proyecto empresarial, no hay nada inherentemente malo en eso. Sin embargo, hay una tendencia pecaminosa en nosotros que nos hace valorar esas cosas más de lo que deberíamos.

Ser abogado, científico exitoso o político de renombre está bien. El problema surge cuando uno deja que su éxito académico o su posición jerárquica en un trabajo dicten quiénes son y cuál es su valor. Sí, está bien tener títulos académicos y un buen currículum, pero ¿realmente representan algo con respecto a lo que una persona es a los ojos de Dios?

Los títulos académicos no lo son todo

No sé si eso es más fácil de decir para alguien que ha obtenido uno o más títulos o para alguien que no tiene ninguno, pero lo digo como alguien que se graduó con una licenciatura a los 21 años y obtuvo bastante reconocimiento por su trabajo en investigación en su momento. Una cosa que quedó grabada en mi mente es que no hubo cantidad de éxito o reconocimiento que pudiera darme verdadero gozo, y tampoco te lo pueden dar a ti. Te lo aseguro. Nos gusta pensar que podemos hacernos felices, grandiosos y dignos de elogio haciendo más, logrando más y ganando más, pero al final del día sabemos que nuestro valor no puede depender de esas cosas, especialmente porque son cosas que se pierden y no pueden darte un propósito real.

Seguir una carrera puede desarrollar en ti algunas habilidades y darte conocimiento, eso es cierto. Es posible que puedas comprender los átomos hasta el más mínimo detalle, o que puedas explicar el mecanismo por el cual se forman las células cancerosas, que puedas construir las piezas arquitectónicas más grandiosas o pintar las pinturas más hermosas jamás vistas, pero ninguna de esas cosas puede cambiar tu forma de ser. Esas cosas no pueden enseñarte sobre la vida, ni ofrecerte consuelo en tiempos difíciles, el conocimiento académico y el dinero no pueden salvarte de la condenación, ni hacerte una buena persona, ni renovar tu mente, ni llevarte a ser sabio. Más allá, el dinero y el conocimiento a menudo causan exactamente lo contrario: orgullo, egocentrismo, y vicios. Pero, ¿sabes qué puede renovarte, consolarte y ofrecerte la vida eterna? 

La Palabra de Dios

Dios no nos ve como nosotros vemos a los demás, midiendo su valor de acuerdo a cuántos autos tienen, o a qué universidad asistieron, o qué tan conocido es su apellido. Ve a sus hijos como aquellos a quienes amó y por quienes Cristo dio su vida. Él nos ve como hijos necesitados de guía y sabiduría que Él mismo ofrece en Su palabra, y eso es todo lo que necesitamos saber para darnos cuenta de cuán privilegiados (y no merecedores de Su amor) somos. 

Mientras que los humanos valoran el éxito y la fama, Dios valora la obediencia, la humildad y la fidelidad, y eso es exactamente lo que nosotros debemos valorar como cristianos también. No debemos sucumbir a este la cultura moderna y valorar el tiempo que las personas dedican a estudiar una licenciatura o un posgrado más de lo que valoramos el tiempo que dedican a la Palabra de Dios y cómo tratan de aplicarla. 

No deberíamos ver a las personas bajo la lente de lo que el mundo piensa que es digno de alabanza, ni deberíamos esperar que las personas nos adjudiquen un valor basado en nuestros logros (o la falta de ellos). Más bien deberíamos esperar que la gente vea a Cristo en nosotros y lo alaben por cómo pudo cambiar y usar a un miserable pecador como tu y yo para traer gloria a Dios. Debemos anhelar tener hermanos y hermanas en Cristo que nos alienten a ser más humildes, más fieles y más obedientes a Dios dondequiera que estemos, sin importar lo que suceda.

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