Por Andrea Guachalla
Comienza el invierno en mi tierra natal, la capital más alta del mundo, situada en lo alto de las frías montañas de los Andes. En esta latitud no hay realmente una distinción entre estaciones. Mientras que otras ciudades y países pasan del verano al otoño y del invierno a la primavera con distintos cambios de temperatura y humedad, nosotros solo pasamos de “frío” a “muy frío” y de “seco” a “muy seco”.
Es lógico pensar entonces, que todos los hogares tienen calefacción, pero casi ninguno la tiene. ¿Por qué? Una pregunta que me he estado haciendo desde siempre y no he encontrado respuesta. Por lo tanto, todas las conversaciones en esta época del año comienzan con “Está haciendo frío, ¿no?” Lo cual continúa con las dos personas compartiendo sus mejores consejos para soportar el frío y el viento del invierno sin calefacción. No importa dónde estés, si en el trabajo, en una reunión familiar o en la iglesia, si tienes un buen consejo para mantenerte bien abrigado o quieres quejarte sobre el clima, será bienvenido y familiar.
Sin embargo, lo que pasa con el invierno aquí es que, aunque puede hacer mucho frío, nunca, nunca, dejamos de tener un cielo azul. Los rayos de sol siguen entrando por la ventana y calentando nuestros hogares. El día no es tan corto como en los países nórdicos o Europa Central. De ahí mi sorpresa cuando me tocó experimentar el invierno en Austria por primera vez hace un par de años.
Los inviernos en Europa Central son tan oscuros que puedes pasar días (e incluso semanas) sin ver el más mínimo pedazo de cielo azul o sentir los rayos del sol besando tu piel. Es comprensible por qué algunos científicos han encontrado un vínculo plausible entre tasas altas de suicidio, enfermedades mentales y la temporada de invierno, ya que las calles heladas y el clima severo terminan obligándote a permanecer más tiempo en casa y esto puede llevar a las personas a aislarse con bastante facilidad. La falta de luz solar también puede provocar algunas enfermedades y deficiencias, razón por la que las personas toman suplementos de vitamina D y hacen todo lo posible para captar cualquier rayo de luz solar que puedan.
Como dice el Dr. Paul Saladino: “la luz del sol llegando a nuestra piel se siente bien por una razón”. Es porque la necesitamos. Sin ella, todo nuestro planeta entraría en caos y muerte. Esa es la razón por la que anhelamos la luz del sol en invierno y lo que me lleva a esta historia:
Un invierno oscuro en Viena
Es invierno en Viena y estoy caminando por la calle temprano en la mañana camino a la universidad. La temperatura más alta es probablemente alrededor de -5ºC estos días, y el cielo está lleno de nubes grises que han estado amenazando con llover sobre la ciudad durante las últimas semanas. Las calles son tan oscuras como te puedas imaginar, el viento es tan frío como nunca lo has sentido (si vienes de mi lado del mundo), y la atmósfera se siente quieta y misteriosa. La gente pasa rápido y sin mirar a los lados, concentrada en el lugar al que se supone que debe llegar. Nadie quiere andar deambulando cuando hace tanto frío afuera.
Llego a la estación del tranvía y hago fila en el frío helado junto a una docena de otras personas que esperan que llegue el próximo tranvía. Las estaciones de la ciudad suelen tener un reloj que indica la hora exacta a la que llegará el tranvía o el tren, así que sé que todavía nos quedan cinco minutos de espera.
Una cosa que no puedo dejar de notar es que las personas realmente no hablan entre sí. Eso me recuerda (una vez más) que no estoy en mi país de origen, donde no sería tan raro tener una conversación casual en el bus con una persona que no has conocido antes. Ya sea porque el frío insoportable drena a todos la energía que necesitarían para entablar una conversación con un extraño mientras estamos allí parados, o porque la gente tiende a no hablar en absoluto con extraños, el hecho es que todos permanecen en silencio. Algunas personas están ocupadas mirando sus teléfonos, la mayoría simplemente mira fijamente las vías donde se supone que el tranvía aparecerá en cualquier momento. Pertenezco al segundo grupo hasta que algo llama mi atención.
Miro a la izquierda y al final de la fila hay una mujer alta parada sola, a varios metros de distancia de todos. Lleva un sombrero marrón y un abrigo largo que le llega hasta los tobillos. Mientras que el resto de nosotros estamos bastante cerca unos de otros, manteniéndonos calientes a regañadientes (y tal vez sin saberlo), ella está allí… Mientras la mayoría de nosotros llevamos una expresión sombría en nuestros rostros, ella está… Sonriendo.
Lo que me mantiene mirándola fijamente no es el contraste que hace con toda la escena, sino el hecho de que ella mantiene la cabeza en alto, dirigiendo su rostro al cielo con los ojos cerrados, las manos descansando a los costados y, entre cualquier otra cosa que podría estar haciendo, está sonriendo. Toda su complexión irradia paz. Pasan unos segundos hasta que me doy cuenta de que en el cielo hay un pequeño espacio entre dos nubes que permiten que un delgado rayo de sol llegue al suelo, y de todos los lugares, el rayo descansa suavemente en su rostro sonriente, haciéndolo brillar.
Aunque no puedo saber con certeza qué está pensando la mujer, concluyo que debe estar agradecida porque la luz del sol la alcanzó a ella. Porque cuando estás rodeado de oscuridad, lo único que puede hacerte feliz es eso: un rayo de luz.
Nuestras vidas son un invierno largo y oscuro
Nuestras vidas no pueden ser otra cosa. Es más, me atrevo a decir que vivimos en un invierno perpetuo, duro y frío. Para algunos llenos de sufrimiento, pobreza y violencia y lo que es peor: una falta de comprensión de por qué suceden cosas malas. Para otros, la vida está llena de éxito, abundancia y, tal vez, fama, pero incluso si viven una vida sin dificultades financieras, van por la vida buscando aquello que les vaya a dar verdadera felicidad y satisfacción, solo para encontrar que no hay NADA que pueda compensar su falta de verdadero significado, identidad y gozo. Ellos también carecen de comprensión de para qué sirven el éxito, la abundancia y la fama.
Es así para cada ser humano.
No sabemos por qué hacemos las cosas, buenas o malas, y si lo sabemos, a menudo es por las razones equivocadas. Pretendemos ser altruistas sin saber que servimos y ayudamos a los demás solo para sentirnos bien con nosotros mismos. Celebramos la perversión y el pecado. Encontramos gozo en planear nuestra próxima salida a una discoteca, o en recordar escenas pasadas de borrachera y promiscuidad. Nuestras conciencias están entumecidas. Estamos muertos por dentro.
Tratamos de caminar lo más rápido que podemos, pero no sabemos a dónde vamos. No miramos hacia los lados para cuidar a los demás, porque estamos demasiado ocupados complaciéndonos a nosotros mismos. Hacemos lo que el mundo dice que nos hará felices, mientras llevamos una expresión sombría en nuestros rostros que comunica lo contrario. Tenemos éxito y somos reconocidos, viajamos por el mundo y ganamos más experiencias, ¿y todo para qué? ¿Alguna de esas cosas le da sentido a nuestras vidas?
Vivimos en la oscuridad, rodeados de oscuridad, y compartimos la vida con otros cuya vida carece de propósito de la misma manera que la nuestra. No tenemos nada, y no sabemos nada. Incluso si pensamos que lo hacemos. Nos negamos a darnos cuenta de que ninguno de nosotros, ni este mundo, ni la filosofía humana puede darnos lo único que necesitamos: un rayo de luz.
El Rayo de Luz
Sólo hay una cosa (una persona) que puede iluminar las vidas sin sentido que llevamos, y ese es Cristo: la verdad, el camino y la vida. El que puede ayudarnos a comprender quién es Dios, quiénes somos nosotros a sus ojos y cuál es nuestro propósito eterno. Ahora déjame explicarte por qué:
- A través del conocimiento de Cristo es que conocemos la santidad de Dios Padre: Cristo cumplió perfectamente la ley de Dios, desde amarlo sobre todas las cosas, hasta amar a sus mismos enemigos, incluyendo el cumplimiento de las leyes ceremoniales que se mandan en el Antiguo Testamento.
- Al ver la vida de Cristo y leer sus enseñanzas es que conocemos nuestra propia condición: no cumplimos los mandamientos de Dios y estamos, por lo tanto, bajo la justa ira de Dios, haciéndonos merecedores de la condenación eterna.
- Al comprender el sacrificio de Cristo, podemos ver el amor de Dios: envió a su único Hijo a morir por nosotros, que estábamos perdidos en nuestros pecados, para que pudiera imputarnos la justicia de Cristo según su voluntad misericordiosa.
- Al creer en Cristo, su deidad, vida y sacrificio, es que llegamos a reconciliarnos con Dios Padre por los siglos de los siglos, y llegamos a vivir nuestro único propósito: glorificarlo.
- A través de Cristo, dejamos de vivir en la oscuridad y podemos vivir bajo la luz, siempre agradecidos de poder despertarnos cada mañana y servirle de acuerdo con la sabiduría de su Palabra escrita y la guía que nos brinda a través del Espíritu Santo.
Así como un rayo de sol alcanzó a aquella mujer en aquel frío y oscuro invierno de Viena, nosotros somos alcanzados por el Dios misericordioso que decide revelarnos la preciosa persona de Cristo por quien tenemos salvación, y por quien llegamos a cumplir con nuestro único propósito: GLORIFICAR A DIOS, donde sea y cuando sea.
Así que, ahora que estamos entrando en invierno aquí en Bolivia, permítanme decirles esto a mis amigos que ignoran a sabiendas el hecho de que hay un Dios: un día morirán. Todos lo haremos. Y si no crees en Cristo, la oscuridad en la que vives ahora se oscurecerá aún más cuando tu vida llegue a su fin. Y no solo eso, sino que vivirás bajo la ira eterna de un Dios justo contra quien te rebelaste. Cristo es la única luz que puede salvarte, así que VEN A ÉL. Deja tus ídolos y pecados, y acércate a las aguas vivas que pueden darte gozo, valor, paz y salvación.
Y ahora permítanme decir esto último a mis hermanos y hermanas en Cristo que están agobiados y cansados, aquellos que están pasando por pruebas duras: ¡VEN A CRISTO TAMBIÉN! Busca refugio en él. Sí, Cristo es la única luz para los perdidos, pero sigue siendo el rayo de luz que debemos anhelar cuando estamos pasando por pruebas. Ven a Cristo, porque sólo en él encontrarás descanso. Ven a Cristo, porque sólo él puede hacerte sonreír desde el corazón y brillar sin importar las circunstancias.