¿QUÉ ES UNA VERDADERA MUJER?

Por Andrea Guachalla

Hace unas semanas, mi familia y yo tuvimos visitas para almorzar. Invitar amigos es algo que hacemos todas las semanas, así que no había nada de nuevo allí. Lo nuevo fue cómo me sentí mientras pasaba tiempo con el par de mamás que vinieron. Una de ellas, una mujer de mi edad, recientemente había tenido a su primogénito, y la otra tiene varios hijos.

Durante esos tiempos de visita normalmente charlo y paso un buen tiempo. Y eso hice en cierto grado. Pero, para mi sorpresa, un pensamiento cruzó por mi mente y se quedó ahí por el resto del día: “No soy una verdadera mujer”. No me tomó mucho tiempo averiguar por qué estaba pensando eso. Estas otras mujeres con las que estaba hablando, ELLAS eran verdaderas mujeres. ¿Por qué? Porque, a diferencia de mi, ellas sí tenían esposos e hijos.

La larga, larga espera

Cuando era muy joven, antes de convertirme al cristianismo, el matrimonio y tener una familia nunca pasaban por mi mente. Y no solo eso, sino que realmente despreciaba la idea de ser esposa y madre, porque… ya sabes… el patriarcado. No sabía que Dios cambiaría esa mentalidad por completo tan pronto como llegué a Cristo, y luego pasaría 7 (largos) años de mi vida deseando tener una familia y sin ver nunca cumplido ese anhelo.

¡Oh! ¡Cuántas cosas me han dicho a lo largo de estos años! He pasado de personas que me aseguraban que era simpática y que seguramente me casaría con un buen hombre, a personas que afirmaban que Dios cumpliría mi anhelo de casarme por ser una buena cristiana. He pasado de idolatrar el matrimonio a ser indiferente ante él dada la larga temporada de espera en la que entré. Pasé horas y horas leyendo libros sobre el matrimonio, escuchando sermones sobre el matrimonio, leyendo innumerables artículos sobre relaciones interpersonales y probablemente escuché más podcasts sobre la crianza de los hijos de los que era necesario.

Me preparé, oré por ello, seguí todos los consejos que escuché de cualquier persona en cualquier lugar… Y, sin embargo, aquí estoy 7 años después, y todo lo que tengo por detrás es una relación fallida de mis primeros años como cristiana, y el haber llegado a una visión más realista de lo que el matrimonio realmente es.

El matrimonio no es un paraíso

Precisamente porque no tengo hijos, he tenido mucho tiempo para hablar con esposos y esposas sobre cómo es el matrimonio. Aparentemente, a pesar de la visión que yo tenía al principio de camino como cristiana, el matrimonio no es un cuento de hadas. Sí, la mayoría de la gente dice que es agradable y bueno estar casado, pero, si preguntas, todas las parejas también te dirán lo difícil que puede ser poner el bienestar de los demás antes que el tuyo, y cómo han sobrevivido durante los últimos diez años con pocas horas de sueño. Con el matrimonio vienen grandes responsabilidades hacia el cónyuge y los hijos, y eso puede ser difícil.

Si vivir con los padres y hermanos de uno a menudo viene con discusiones acaloradas sobre cosas, no puedo imaginar lo que es tener una discusión acalorada con el cónyuge, o tener que lidiar con enfermedad, dificultades financieras, etc., etc.

Todo eso para decir: tener una visión más realista de cómo es el matrimonio y los problemas que pueden surgir al criar a los hijos y buscar priorizar al cónyuge ha tenido dos efectos en mí: primero, ya no idolatro el matrimonio, sé que no resolverá ninguno de mis problemas, y más probablemente vaya agregar a ellos. En segundo lugar, me he dado cuenta de que precipitarse a entrar en relaciones por la simple posibilidad de casarse es una necedad, en especial si proviene de insatisfacción con la soltería.

Y creo que haber llegado a esas conclusiones me da un mejor espacio para crecer y aprender. Pero ni el hecho de que ya no idolatre el matrimonio ni que me apresure a llegar a él me ha quitado el anhelo. Y eso es algo bueno, creo. Es bueno querer casarse mientras esto no te quite el gozo.

Pero eso me lleva a esta pregunta: ¿y ahora qué? ¿Qué hago con este anhelo insatisfecho? Estoy cansada de estar soltera, y el deseo de casarme no desaparece, ¿cómo sobrevivo a esta temporada? Sé que muchos de mis amigos solteros han hecho una o todas estas preguntas antes, y creo que he llegado a la respuesta correcta:

Sé agradecido

Lo sé, lo sé, es más fácil decirlo que hacerlo, pero la verdad es que la cura para el descontento es la gratitud.

Personalmente, me encantaría administrar el tiempo, los dones y los recursos que Dios me ha dado en el contexto de cuidar de mi propio esposo e hijos. Sin embargo, la verdad es que Dios, en su bondad, tuvo más a bien darme esta larga temporada de soltería que yo nunca deseé. Y en Su gracia, y a pesar de mi ingratitud, me ha dado otras personas para cuidar: mi madre, mis hermanos, sobrinos y amigos. Y me ha dado las circunstancias adecuadas para crecer de diferentes maneras.

No me ha dejado sola y olvidada, me ha dado un propósito que va más allá de mi estado civil y más allá de cualquier circunstancia.

Entonces… ¿si soy una verdadera mujer?

Una mujer no se define ni por su estado civil ni por la cantidad de hijos que tiene, sino por lo que Dios ha hecho que sea. Por diseño, Dios ha hecho a las mujeres amas de un hogar, y ayudas idóneas, nos ha llamado a ser cariñosas y hospitalarias, nos ha diseñado para buscar la belleza y prestar atención a los detalles de una manera que los hombres no pueden. Y podemos hacer y ser todo esto en cualquier contexto y circunstancia en la que nos encontremos. 

Así que la respuesta corta es: ¡sí! Incluso si no estás casada y no tienes hijos, sigues siendo una mujer verdadera. Lo que pasa es que la pregunta para muchas de nosotras no se queda en si somos verdaderas mujeres o no, sino que llega a esto: ¿cuál es mi valor como mujer soltera? 

A esto me gustaría responder: es bueno desear el matrimonio y la familia, pero debemos recordar que nuestro valor no está en tener o no un esposo e hijos. Nuestro valor como mujeres tampoco se basa en las cosas que podemos lograr, o las cosas que podemos ganar, sino que está en Cristo. Por Él, el Hijo de Dios, es que tenemos valor. Por Él somos reconciliadas con el Padre. A través de Su sacrificio vivo se nos da un nuevo corazón y un nuevo propósito que va más allá de nuestras circunstancias, de nuestros anhelos insatisfechos y de nuestros planes efímeros: servir a un Dios Santo.

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