By Andrea Guachalla
Nuestras vidas han cambiado. Velozmente.
Marzo, el mes de ser indeciso respecto a si salir con ropa abrigada o no, llegó a Viena con una notificación en nuestros teléfonos. Un email diciendo que la universidad se cerraría. “Pero no por mucho tiempo, un par de semanas a lo mucho.”
La fría y brillante mañana del 11 de marzo se levantó con un confortante titular en los periódicos: “A pesar del brote en China e Italia, estaremos bien.” Un hombre recomienda en las notcias matutinas en la televisión: “si es posible quédense en casa.”
Eso fue hace 20 días.
Hoy las mismas preguntas se repiten en la casa de todos.
¿Se abrirá la universidad antes de que el verano venga? ¿Veré pronto a mis compañeros de clase sin tener un pantalla de por medio? No lo sabemos…
Ahora que Europa y Estados Unidos son los epicentros de la pandemia y el virus se dispersa lejos y más allá. ¿Las medidas y decisiones que están siendo tomadas por las máximas autoridades les harán decir en algún momento: “Si, estamos bien”? No lo saben…
Ahora que quedarse en casa ya no es una sugerencia sino un mandato. ¿Dejaré de preguntarme si mi corta y solitaria caminata al supermercado me ganará una multa? ¿Mi familia de iglesia y yo nos reuniremos un domingo para alzar nuestras voces en alabanzas a Dios? No lo sé…
Nadie sabe.
Tu rutina diaria ha cambiado.
Mi rutina diaria ha cambiado.
Un tercio del tiempo voy de mirar fijamente la pantalla de mi computadora mientras los numeros ascienden de a uno, de a diez, o de a mil a una misma vez, a mirar fijamente la pared mientras pienso sobre lo que eso implica. Mi mente ora inconscientemente que las familias de aquellos que perdieron su vida estén bien.
Otro tercio del tiempo voy de mirar mi teléfono donde la pagina web de las estadísticas de la pandemia esta siempre abierto a mirar la vacía calle a través de la ventana sucia, y luego de nuevo a mi teléfono. Mi dedo pulgar va instintivamente al botón de actualizar, y calculo rapidamente cuantos nuevos casos de infección hay desde la ultima vez que vi, cinco minutos atrás…
El resto del tiempo me la paso mitad preocupada, mitad en modo sobrevivencia.
Despierto y me preocupo.
Como y me preocupo.
Llamo a una amiga y me preocupo.
Leo y me preocupo…
“Por favor, ya basta” me digo con frecuencia a mi misma.
Estoy poniendo los platos sucios del almuerzo en el lavaplatos cuando un pensamiento cruza mi mente amenazando con desaparecer tan rápido como vino.
“¿Quien de ustedes…? …vida.”
El pensamiento oscila y apenas puedo agarrarlo antes de que desaparezca a la deriva.
¿Quién de ustedes, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida?
Mateo 6:27, Nueva Versión Internacional
Nadie.
Ni siquiera yo.
Y si no puedo añadir una sola hora al curso de mi vida preocupándome, pensando de más y estando ansiosa, solo hay una cosa que puedo hacer: Obedecer a Dios cuando dice:
“No es fanéis, pues, diciendo: ¿Qu’e comeremos, o que beberemos, o que vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”
Mateo 6:31-33, Reina Valera
Por la gracia de Dios puedo confiar que Él es quien provee, y que es Él quien nos proteje. Puedo confiar en que incluso los cabellos de mi cabeza están numerado y que Él es bondadoso y misericordioso. Puedo confiar en que Dios entiende mis necesidades y preocupaciones más profundas, porque su mismo hijo, Jesucristo, sufrió la peor de las muertes en vez de nosotros, y resucitó al tercer día.
Veo afuera.
Lo azulado de los cielos me recuerda que, no imparta donde estés, todos estamos bajo el mismo cielo. Todos yacemos bajo las alas de un Dios santo y lleno de amor.
Mi mente está clara, mi carga es liviana.
Los veinte días que pasaron parecen remotos y distantes. Se ven opacados por el día que viene diciendo que el sol saldrá otra vez. Un nuevo día anunciando que yo podré ser más pequeña que el más diminuto de los virus, pero DIOS ES DIOS.
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