LOS LIBROS NO TE PUEDEN ABRAZAR: verdadera identidad

Por Andrea Guachalla

Por los últimos años, extrañamente he tenido noches de insomnio. Si tengo alguna usualmente es por ansiedad ya sea que pueda admitirlo o no. Hace un par de meses tuve una de esas noches.  

Estaba tendida en la cama de cara a la pared dando mi mejor intento por parar la charla interna y quedarme dormida. Pero una pregunta surgíó en mi cabeza sin invitación. Empezaba con “¿Quién…?” Agité mi cabeza ligeramente, como si eso fuera a disolver la pregunta, y desvié mi mirada de la pared al techo.  

Fondo blanco.  

Perfecto para dejar a tu mente volar.  

“¿Quién…?”  

“¿Quién soy yo?”  

Casi podía leer las palabras escritas como una bruma sobre mi cabeza.  

Ahora bien… Esta pregunta no surgió de la nada. No es una practica común mia el questionar mi identidad o pensar en su significado.  

Vino de algún lugar.  

Principalmente, de las cosas que me daban mi identidad antes.  

Vino de dejar aquello que alguna vez amé más: la ciencia.  

Cuando empecé a estudiar en la universidad lo hice con metas claras: Graduarme con honores, obtener mi grado de magister justo despues de la licenciatura, descubrir la cura de alguna enfermedad rara, viajar por el mundo con mi investigación, volverme una científica reconocida, tener grandes universidades pidiéndome que estudiara allí, publicar artículos en revistas de alto impacto, ganar un premio Nobel (bueno, bueno… Me puse demasiado ambiociosa ahí).  

Logré algunas de esas cosas, algunas otras no.  

Si puedo decir una cosa sobre las metas que si logré cumplir es esto: no me trajeron la felicidad y satisfacción que esperaba me trajeran.  

Recuerdo estar sentada el día de mi graduación de la licenciatura hace varios años, habiendo cumplido “el sueño”: graduarme con excelencia después de cuatro años de estudiar duro y ya teniendo algo de recorrido en investigación científica, y todo lo que podía hacer era mirar fíjamente al rector mientras daba su discurso, pensando dentro mío: “¿Por qué no me siento feliz? ¿Por qué esto se siente… vacío?”  

Pensé que me sentiría realizada en algún punto, tal vez solo necesitaba tomar un reto más grande, lograr algo más difícil. Pero no… No importaba cuan grande parecía ser el logro, el vacío seguía allí. El sentimiento de querer más persistía.  

Claro que sentía la adrenalina y cierta felicidad cada vez que lograba algo, pero  

nunca era suficiente. 

Al final de mi carrera, cuando me hice cristiana y empecé a estudiar la palabra de Dios más o menos entendí el corazón y mente del Predicador cuando escribió:

“Dije yo en mi corazón: Ven ahora, te probaré con alegría, y gozarás de bienes. Mas he aquí esto tambien era vanidad. A la risa dije: Enloqueces; y al placer: ¿De qué sirve esto? Propuse en mi corazón agasajar mi carne con vino, y que anduviese mi corazón en sabiduría, con retención de la necedad, hasta ver cual fuese el bien de los hijos de los hombres, en el cual se ocupara debajo del cielo todos los dpias de su vida. Engrandecí mis obras, edifiqué para mi casas, planté para mí viñas; me hice huertos y jardines, y planté en ellos árboles de todo fruto. Miré yo luego todas las obras que habpian hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol.”

Ecclesiastes 2: 1-5, 11. Reina Valera 1960

El más rico y sabio de los hombres no pudo hallar satisfacción en cosas materiales fuera de Dios, y tampoco yo pude.  

Todos esos años los viví para mí misma, engañada. Pensando que era feliz. Sin tiempo para Dios, sin tiempo para los amigos, sin tiempo para la familia, sin tiempo para nada que no fueran libros o interacciones que fueran de algún modo u otro beneficiosas para mi.    

Era probablemente la amiga menos deseada de mi salón de clases.  

Sin embargo, esa versión de Andrea, la egoísta, egocéntrica y arrogante tenía algunos amigos en la universidad que intentaban ayudarla. Me decían algo como “ama a tu prójimo” en sus propias palabras, que sonaban algo así:  

 “Andrea, todos esos libros que lees no te pueden abrazar.” 

Y tenían razón.

Los libros no pueden abrazarte.

El éxito no puede amarte.

Un diploma no puede apoyarte en momentos difíciles.  

Pronto despues de volverme cristiana me di cuenta de algo:  

Tuve éxito como científica y fallé en lo más importante: 

“Amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo.”

Lucas 10:27. Reina Valera 1960

Todas las cosas que no podía explicar con la ciencia y todos esos libros las pude explicar con las Escrituras. Pude explicar de donde vengo y adonde voy, cual es mi propósito y como debo vivir. Entendí que ser amado por Dios y por tanto poder amar a otros es lo que trae VERDADERA FELICIDAD y que el tener el AMOR como motivación principal para lo que sea que hagas es lo que le da VERDADERO SIGNIFICADO.   

Porque…

“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.”

1 Corintios 13:1-3. Reina Valera 1960

No importa cuan grande el logro, sin amor soy como címbalo que retiñe; no importa cuan público el reconocimiento, sin amor de nada me sirve; no importa cuanto conocimiento tenga, sin amor

NO

SOY

NADA.  

Conocer y amar a Dios, y por tanto, amar a otros: Eso es lo que trae verdadera felicidad y satisfacción.  

¡La encontré!  

Sin embargo, somos criaturas de hábitos, y todos esos años en los que dejé que la ciencia me definiera y dirigiera me dieron una identidad terrenal: CIENTÍFICA.  

Cada vez que alguien me preguntaba quien era respondía orgullosamente: SOY CIENTÍFICA.  

Hasta que…

Ya no lo era.

Ha pasado más de un año desde que, por circunstancias de la vida, entré por última vez a un laboratorio. Un año desde que dejé mi investigación, mis planes, y todo lo que esas cosas incluían. Un año desde que aún tenía todos mis sueños y esperanzas puestos en ser la científica más grande. Y…  

Lo extraño.  

Extraño hacer experimentos, extraño planear talleres, extraño leer artículos, extraño las sesiones de discusión, extraño escribir proyectos, extraño soñar más allá de lo que podía hacer con los recursos que tenía en el momento. ¡Extraño todo eso! Cuando sea que puedo hablar sobre ADN o genes de resistencia a antibióticos o microbiologia, mi corazón late más rápido y mi mente llora un poco.

Por algunos meses estuve absolutamente dispuesta a renunciar a mi carrera como científica y empezar a hacer algo mas. Parecía que mi vida estaba yendo en dirección contraria a la ciencia. Parecía que Dios estaba quitando la ciencia de mi vida para siempre, que estaba quitando aquello que me definió por seis años de mi vida, y fue en ese punto que yo, en medio de una noche oscura sin poder dormir, me pregunté:

Si no soy una científica, ¿quién soy?

¿Quién soy?

¿QUIEN SOY?

Y la verdad es que…  

No soy científica.

No soy escritora.

No soy la antigua Andrea Guachalla.

SOY HIJA DE DIOS.

Esa es mi identidad.

“Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, tambien heredero de Dios por medio de Cristo.”

Galatas 4:6-7. Reina Valera 1960

Todavía tengo planes, disfruto la ciencia, descubro cosas nuevas que me gustan, trabajo en nuevos proyectos, pero esta vez, si en algún momento siento que estoy en peligro de apartar mi vista de Cristo, me preguntaré a mi misma:

¿Alguna de estas cosas va a definir mi identidad?

Y la respuesta es: YA NO.

Sé quien soy.

Y no tiene nada que ver con mi carrera, o mis bienes, o cuan exitosa o conocida sea.  

Sé quien soy en Cristo.  

Soy hija de Dios.

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