Por Andrea Guachalla
Estoy sentada en mi escritorio al lado de la ventana tomando notas en mi agenda cristiana. Hoy estoy leyendo Juan 14 de acuerdo al plan de lectura que estoy siguiendo. La agenda cristiana que utilizo tiene una sección para tomar notas, una sección para escribir una oración y una sección para… agradecer a Dios.
Después de tomar notas llego a la sección titulada “Hoy estoy agradecida por:______”
Mientras intento escribir algo en el espacio vacío, de repente todas las ideas se me van y mi mente se queda en blanco. Veo a través de la ventana que esta al lado derecho del escritorio. El cielo está despejado, las hojas del árbol de la casa vecina se mecen con la brisa.
Trato de pensar en algo, pero lo único que se aparece en mi mente es una pregunta: “¿Por qué cosas estoy agradecida?”
No poder responderla despierta confusión y aún otra pregunta: “¿Por qué estaría agradecida?”
Me aseguro a mi misma que está completamente bien preguntarme algo así a mi misma, que tiene sentido que esté luchando por encontrar algo por lo que esté agradecida…
He estado encerrada por más de 40 días, solo pudiendo salir una vez a la semana al supermercado. No he visto a mis amigos en persona por más de un mes, y aún peor – dado el gran caos que todo el mundo está viviendo – no podré viajar a mi país natal para visitar a mi amada madre, hermanos y amigos, a quienes no he visto hace más de un año y medio.
Fui forzada a depender de pantallas; socializo por medio de pantallas, trabajo por medio de pantallas, aprendo por medio de pantallas… Paso más tiempo viendo mi computadora, mi celular o la televisión de lo que paso viendo rostros de verdad. No saber exactamente lo que va a pasar en algunos meses de vez en cuando me pone ansiosa.
Así que, ¿por qué estaría agradecida?
Mientras trato de forzarme a mi misma a escribir algo en la sección de “agradecimiento” en la agenda, algo que leí la semana pasada viene a mi mente: Betesda. Un pozo en Jerusalén donde, miles de años atrás, los enfermos iban para sanar de sus enfermedades.
Recuerdo claramente leer sobre un hombre – un hombre minusválido que había estado enfermo por 38 años. Eso es lo que dice Juan 5:5. Este hombre había estado enfermo por tanto tiempo y aunque hubiera tenido la oportunidad de sanarse en el pozo de Betesda – donde era conocido que el primer enfermo que entrase después de que el agua se agitase era sanado – él nunca lo logró, pues nadie nunca lo ayudó a entrar en el momento correcto. Cada vez que iba, alguien más entraba antes que él lo hiciera.
Entonces viene Jesús que lo ve recostado allí, reconoce que el hombre estuvo enfermo por muchos años, y acercándose le pregunta:
“¿Quieres ser sano?”
El hombre, probablemente sorprendido de que alguien venga a él y le pregunte tal cosa, responde:
“Señor, no tengo quien me meta en el estanque cuando
se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro
desciende antes que yo.”
Entonces Jesús, con toda autoridad y poder, y sin hacer más preguntas le dice al hombre simplemente:
“Levántate, toma tu lecho, y anda.”
Y el hombre lo hace. Se levanta, toma su lecho y camina.
Después de 38 años de ser minusválido y tener sus necesidades ignoradas por otros, su salud es completamente restaurada, y es capaz de caminar. Su deseo más grande fue cumplido.
¿No es eso grandioso?
Después de leer esto esperarías, naturalmente, que la siguiente escena mostraría a este hombre agradeciendo a Jesús y adorando a Dios por lo que hizo. Esperarías incluso que la gente de alrededor se alegrara por su sanidad; porque lo vieron enfermo por tanto tiempo, y fue restaurado de repente. Pero la narración de la historia toma un giro inesperado…
El hombre no agradece a nadie, y la gente tampoco. No hay nada de alegría; nada de alabar a Dios. Hay solo quejas y acusaciones.
Cuando los judíos ven al hombre cargando su lecho lo único que dicen es:
“Es día de reposo; no te es lícito
llevar tu lecho.”
Tristemente, la actitud del hombre no es ni agradecida ni alegre. Sino más bien, preocupado por la opinión y juicio de los judíos, responde culpando a aquel que lo sanó, Jesús, porque fue él quien le dijo que levantara su lecho.
“El hombre que me sanó, el mismo me dijo
“Toma tu lecho y anda.””
Cuando llegué a este punto de la historia me sentí disgustada por la ingratitud tanto del hombre que había sido sanado como de los judíos – lo único que les importaba a ambos era su estándar humano sobre cumplir la ley y no el responder correctamente a aquel quien cumplió la ley. Les importaba más el mantener la apariencia de guardar ‘santamente’ el día de reposo y la aclamación social que viniera con ella que ser hechos santos por el Señor del Sabbath y amarlo con toda su mente, fuerza y alma.
Mi disgusto solo creció con la siguiente parte de la historia.
Después de un rato, Jesús se acerca al hombre otra vez y lo llama al arrepentimiento, a ser grato y a alegrarse. Dice:
“Mira, has sido sanado; no peques más,
para que no te venga alguna cosa peor.”
Jesús conocía su corazón y sabía cual era la fuente de su ingratitud. Él sabía que la restauración de su salud no era lo más importante. Más allá, este hombre necesitaba arrepentirse de su pecado y dar gracias. Pero el hombre prueba que no tenía oídos para este llamado.
Él va a los judíos y acusa a Jesús como aquel que lo llevó a romper el día de reposo porque fue quien los sanó y le dijo que levantara su lecho. Después de ello, los judíos empiezan a perseguir a Jesús.
Mientras reflexionaba sobre la ingratitud del hombre y los judíos y cuán pobremente reaccionó el hombre al llamado de Dios al arrepentimiento y gratitud, me di cuenta de algo que me gustaría haber podido ignorar: Yo era ese hombre.
Dios no solo me sanó de una enfermedad terrenal, ÉL ME TRAJO A LA VIDA. Me dio vida cuando estaba muerta en mis transgresiones. Y aún así estoy aquí sentada en mi escritorio pensando en todas las cosas que no están yendo bien; luchando por encontrar cosas por las que agradecer a Dios.
Yo soy ese hombre, quien recibió algo increíble de Dios. Su salud fue restaurada; además recibió el llamado al arrepentimiento y a agradecer a Dios, pero no escuchó, porque estaba más preocupado por las cosas del mundo.
Yo soy ese hombre.
Yo soy quien piensa que merezco todo lo que tengo y aún más, soy orgullosa. Por tanto, no puedo ser agradecida.
Reconozco que en vez de enfocarme en las bendiciones eternas que Dios me da, me enfoco en mis carencias temporales. Por tanto, no siento que haya nada por lo que deba agradecer.
La misma forma en que lo hicieron los judíos, yo también ignoro las bendiciones de otros, y no me interesa ser agradecida con Dios por como provee para ellos. Mi corazón es incapaz de agradecer al Señor.
Con mi sabiduría humana, soy incapaz de entender que la gratitud no es meramente un sentimiento y que no depende de circunstancias terrenales, sino que es la respuesta natural por lo que Dios consumó en la vida, crucifixión, resurrección y ascensión del Señor Jesús por mí. La gratitud solo puede alcanzarse cuando fijamos nuestros ojos en Cristo y le pedimos al Padre en oración que ablande nuestros corazones.
En mi débil naturaleza, olvido que la autoridad providencial de Dios siempre está trabajando para mi bien:
“Ninguno de nosotros estará nunca en circunstancias donde no
John Blanchard
haya bendiciones por las que Dios merezca gratitud.”
Joe Carter muestra como se ve eso en la práctica:
“Tú [das gracias a Dios] antes de las comidas. Muy bien.
Joe Carter
Pero yo [doy gracias] antes del concierto y la opera,
y [doy gracias] antes de la obra y la pantomima,
y [doy gracias] antes de abrir un libro,
y [doy gracias] antes de dibujar, pintar, nadar,
esgrimir, boxear, caminar, jugar, bailar,
y [doy gracias] antes de remojar mi pluma en la tinta.”
¡Oh, si yo pudiera ver las bendiciones de Dios incluso en las cosas más pequeñas, estoy segura de que no me quedaría pensando largos minutos en algo por lo que esté agradecida!
Debo recordarme a mi misma que las mismas palabras que Jesús le dijo a ese hombre, él me las dice a mí hoy:
“Mira, has sido sanado; no peques más…”
Yo también estoy llamada a regocijarme por las bendiciones de Dios, yo también estoy llamada a dejar mis caminos pecaminosos. Estoy llamada a confesar mis pecados y arrepentirme de todo corazón delante del Señor. Estoy llamada a arrepentirme por mi ingratitud y orar que el Señor me de un corazón humilde y agradecido.
Es mi turno de orar a Dios que abra mis ojos para ver la belleza de la obra de Cristo en la Cruz, una obra que yo no merecía y que por tanto debería resultar en gratitud. Es mi turno de pedir al Señor que me ayude a ver sus bendiciones y regalos incluyendo las dificultades entre ellos. Debo pedirle a Dios que me permita ver las dificultades de la misma forma que él las ve, que pueda dejarlo guiarme y enseñarme a través de ellas, y al mismo tiempo que pueda fijar mis ojos en Cristo, mi amado Salvador.
El solo privilegio de poder acercarme a Dios en oración es una bendición por la que estar agradecida… Siempre hay algo por lo que agradecer, ya sean bendiciones eternas o temporales. Las pocas líneas que tengo en la sección de “Hoy estoy agradecida por:_______” en mi agenda no serían suficientes, la tinta no sería suficiente. Como dice la compositora de himnos Frances Ridley:
“Si pudiera escribir como lo hago sobre las bondades de Dios
Frances Ridley
para conmigo, la tinta herviría en mi pluma.”
Veo afuera, el sol se asienta en el horizonte mientras un nuevo deseo se asienta en mi corazón: que de ahora en adelante pueda empezar mis días orando con mi mente y corazón a nuestro Señor:
“Hoy estoy agradecida.
Amén.”
Other sources:
- Why we should be thankful for the gift of gratitude. The Gospel Coalition.
- The Attitude of Gratitude (series). Revive Our Hearts.