SIRVIENDO SIN GOZO

Por Andrea Guachalla

Lo que creemos moldea lo que hacemos.

Algunos cristianos de la iglesia de Tesalónica creían que los últimos días estaban cerca, por lo que se volvieron flojos y se negaban a trabajar (2 Tes. 3:11), convirtiéndose de ese modo en una carga para los demás. Pablo creía que sus acciones legalistas podían restaurar su relación con Dios sin la necesidad de Cristo, por lo que perseguía a los cristianos que afirmaban lo contrario. Job, ante las tragedias que le tocó sobrellevar, creía que sus buenas obras le merecían recompensas por parte de Dios, y por ello se quejó a Él y se atrevió a llamarlo injusto. Creemos que merecemos el favor, el amor y el servicio de Dios, por lo tanto vivimos buscando ser servidos y no servir a otros. 

Lo que creemos moldea lo que hacemos. Nuestra comprensión imperfecta del carácter de Dios moldea la forma en que invertimos nuestro tiempo, recursos y talentos. Nuestra falta de comprensión del amor y la forma de servir de de Cristo determina la forma defectuosa en que servimos (o no servimos) a los demás. Y debido a esta comprensión deficiente, ¿cuántos de nosotros servimos a los demás sin gozo? ¿Cuántas veces servimos a los demás por obligación y no por amor?

Servir.

El mismo Hijo de Dios vino a la tierra para servirnos con toda humildad y con perfecto amor. Vino a servirnos de todo corazón y con todo gozo, impulsado por el amor a Dios Padre y a aquellos que no merecían ser amados por Él. En Cristo, vemos un servicio amoroso, perfecto y sacrificial en favor de pecadores que son tan difíciles de servir, porque estos mismos pecadores son los que, más tarde, lo crucificarían. Y, sin embargo, su amor no dependía de sus circunstancias ni de la gente. Su amor solo dependía de Su naturaleza divina y Su relación con el Padre.

Eso es verdadero servicio y eso es verdadero amor. En contraste, reflexionemos sobre cuán verdaderos y puros son las motivaciones por las que nosotros servimos y amamos a los demás.

Cuando servimos a los demás, todo lo que pueden hacer ellos es ver lo que hacemos y escuchar lo que decimos. Incluso si les estuviéramos sirviendo sin una pizca de gozo, ellos no lo sabrían, no se darían cuenta de que nuestras acciones no se alinean para nada con la forma en que 1 Corintios 13 ilustra el amor de Dios. En contraste, nuestro Creador no solo ve lo que hacemos y escucha lo que decimos, sino que también conoce nuestras actitudes, deseos y nuestros pensamientos más secretos (Salmos 139: 1-4). Si bien podríamos ocultarle a nuestra familia, amigos o colegas la verdadera actitud que tenemos al servirles, no podemos ocultarla a un Dios omnipotente y omnisciente, y nos mentimos a nosotros mismos si nos negamos a darnos cuenta de eso y las implicaciones que tiene.

Una de las implicaciones es que cuando servimos a los demás sin gozo, la ingratitud de nuestros corazones y la forma en que entendemos el Evangelio quedan expuestas. Si fuéramos conscientes de cuán indignos somos de la gracia de Dios y la obra de Cristo, estaríamos indeciblemente agradecidos, y si nuestro corazón se desbordara en gratitud, buscaríamos servir a Dios sobre todo con toda disposición y humildad, y también serviríamos a otros. 

La segunda implicación es que cuando servimos sin gozo, no estamos sirviendo a Dios ni a nuestro prójimo, sino a nosotros mismos. Ya sea que nos estemos forzando a servir para sentirnos mejor con nosotros mismos, o para vernos mejor a los ojos de los demás, el solo hecho de que nuestras acciones carezcan de gratitud y la motivación correcta, revela que antes de ser humildes y motivados por un amor genuino, somos orgullosos y nos creemos justos.

Inferido de estas dos implicaciones podemos decir que cuando servimos sin gozo no estamos sirviendo en absoluto. Un corazón que no reconoce la gracia de Dios y su señorío sobre nuestro tiempo, dones y recursos, es un corazón que no está agradecido por Cristo, y un corazón que no puede tener la motivación correcta para servir a los demás desinteresadamente y con amor. Y si las acciones, incluso si son buenas a los ojos del hombre, no están motivadas por nuestro amor genuino por Dios y nuestro prójimo, no son legítimamente buenas a los ojos de Dios.

En este punto, es posible que te sientas tentado a pensar: “¿Cuál es el punto de intentar servir entonces? Al final, siempre tendremos motivaciones defectuosas”. Y es cierto que mientras estemos en esta tierra siempre lucharemos con nuestras motivaciones y naturaleza pecaminosa (Romanos 7:19). Sin embargo, por la gracia de Dios, pasamos de ser esclavos del pecado a ser nuevas criaturas capacitadas para servir a Dios y al prójimo. Por Su gracia, somos libres de acudir a Él en oración y pedirle que nos santifique, nos use en nuestra debilidad y nos dé la fuerza para “no cansarnos de hacer el bien” (2 Tes. 3:13), podemos agradecerle porque al darnos cuenta de la frecuencia con la que servimos sin gozo, también nos damos cuenta de cuánto necesitamos crecer en el entendimiento de nuestro precioso Señor Jesucristo y ser moldeados a Su semejanza.

Lo que creemos moldea lo que hacemos. 

Entonces, “creamos” bien y vayamos a la Palabra de Dios en busca de sabiduría y conocimiento. Vayamos al Padre en oración y pidamos que nos permita comprender Su Palabra más plenamente. Confiemos en el Espíritu Santo para que nos muestre nuestras motivaciones defectuosas y nos dé la fuerza para cambiar nuestra actitud. En última instancia, creamos en Cristo nuestro Santo Salvador, todo lo que Él es y todo lo que Él ha hecho. Eso no nos hará perfectos instantáneamente, pero nos moldeará más a Su semejanza, y nos permitirá amar sacrificialmente y servir a Dios y a los demás con todo gozo.


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