Por Shantal Palacios
Es tan agradable y alentador ser testigo de una vida que camina en obediencia a Cristo, que se preocupa por conocer todos sus mandamientos y ponerlos en práctica, que a pesar de los tropiezos y caídas se levanta y continúa en el camino de la fe, que confiesa ser un pecador y que solamente Jesús es su Señor y Salvador. Ante una vida así, sería inevitable afirmar que esta persona realmente conoce a Dios y que su caminar no es más que un reflejo de lo que hay en su interior. Pero, ¿podemos ver su corazón? O más bien; ¿Puede esta persona ver su propio corazón tal y cómo es?
Desde pequeña he sido guiada por mi madre a conocer las verdades de la Biblia y el temor de Dios; ella había conocido al Señor antes de que yo naciera, por lo que desde mi infancia me encontré involucrada en ese entorno.
Era instruida en la lectura de la Biblia, en la oración, en el compartir en comunidad, en ser buen testimonio donde quiera que esté. En definitiva, en honrar a Dios con todo lo que soy.
Al terminar mi infancia, todo a lo que estaba acostumbrada desde niña, comenzó a cobrar sentido. Mi mente pudo reconocer la seriedad y veracidad de la vida cristiana. Este cambio en mí, fue resultado a la vez, de la transformación por la que estaba pasando la Iglesia a la cual asistía. Habíamos comenzado a poner todas las enseñanzas, actividades y costumbres a la luz de la Biblia. Habíamos comenzado a estudiar la Biblia.
Con este cambio, llegaron muchas realidades a mi conocimiento; yo era una pecadora igual que todos; este pecado me dirigía a un destino: el castigo eterno; por mí misma no podía hacer nada para remediarlo; Cristo ya lo había hecho todo y ahora, debía tener fe en ese sacrificio perfecto.
Con todo esto, a pesar de que tenía el conocimiento de que mi esperanza de salvación debía estar sólo en Cristo, no fue hasta más tarde que me di cuenta de que estaba lejos de esta verdad. Sólo Dios mismo por su amor y misericordia pudo haberme mostrado mi corazón y lo caído que aún se encontraba, algo que nadie más podría haber notado, o haberme advertido, ni siquiera yo misma.
Entonces, es cierto que podemos aprender a vivir una vida de piedad, atesorar las doctrinas correctas y todo lo necesario para una seguridad de salvación, pero aun así estar lejos de ella. Es solamente Dios quien por medio de su Hijo Jesucristo puede cambiar nuestro corazón de piedra en uno de carne. “Os daré corazón nuevo y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.” Ez. 36:26, RVR1960; “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.” 2Co. 4:6, RVR1960.
El sacrificio de Jesucristo nos dio paso a todo esto en aquella cruz, por lo que ahora podemos, mediante la fe, ser parte de Cristo… “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí.” Ga. 2:20, NVI.
Nuestras obras de bondad o cualquier acción que estimemos como buena durante nuestra vida, no pueden salvarnos del castigo al que estamos dirigidos por causa de nuestros pecados, no son suficientes para reconciliarnos con Dios. “En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana” Ro. 8:3, NVI. Estas obras tienen un límite, como escribe Jerry Cross en su libro ‘Vivir en el Poder del evangelio’:
“La obediencia transforma lo externo,
es la fe en la obra redentora de Dios que transforma el corazón”.
En este punto surgen algunas preguntas de suma importancia:
¿Dónde quedan mis obras, si no soy salvo por ellas?
Está claro que no podemos ser salvos por nuestras obras, sin embargo, éstas se encuentran íntimamente ligadas a nuestro nuevo corazón, están unidas a nuestra fe de forma tal, que una no puede existir sin la otra. “Pues como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.” Sant. 2:26 NVI. Esa fe sin obras no es una fe salvadora. Al contrario, la fe salvadora es aquella que producirá obras como fruto. “Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada.” Jn. 15:5, NVI.
Los frutos que serán agradables a Dios son aquellos producidos por la fe en Jesucristo. Esto quiere decir que, la diferencia entre una obra y otra estará en la dirección que apunta nuestra fe. Para conocer la verdadera motivación de tus “buenas” obras, puedes hacerte la siguiente pregunta: ¿Mi fe y confianza de salvación están puestas en las mismas obras o en Jesucristo?
¿Para qué me sirve el conocimiento de la Biblia, si éste no me salva?
En el mismo sentido, siendo la Biblia la Palabra revelada por Dios mismo, el conocimiento de ésta es un medio muy importante que el Espíritu Santo usa para obrar en nuestro interior. “Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo” Ro. 10:17, NVI. Es también por medio de ella que podemos conocer las obras y mandamientos que Dios dispone para que seamos capaces de vivir una vida de piedad. Además, servirá para confesarla delante de los hombres, llevando el mensaje central de salvación y que éste sea usado por Dios mismo, de acuerdo a su voluntad para cada vida. “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra.” 2Ti. 3:16-17, NVI.
Con todo, es importante reconocer que tanto las buenas obras que realizamos como el conocimiento de la palabra de Dios, son una parte esencial de la vida cristiana verdadera y genuina, pero quedan anuladas si nuestra fe no está puesta en Jesucristo. Así que, si tú eres una persona que llevó una vida parecida a la mía, creciendo en un ambiente cristiano o tienes años de haber puesto tu fe en Dios, es tiempo de que te detengas…
Detente para poner a prueba tu corazón, confróntalo y en oración pide a Dios que desvele el pecado que aún mora en tu corazón y la necesidad profunda que tienes de Jesucristo. No sea que estemos viviendo sumergidos en nuestra falsa bondad y cuando llegue el día nos hallemos en el grupo del cual Cristo mismo vino a advertirnos en Mateo 7:22-23, RVR1960…
“Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé; Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.”
Me parece bien y hay que hacer lucha por nuestra salvación
¡Gracias por leer el artículo, hermano! Gracias al Señor que el puede darnos seguridad de salvación, y nosotros solo debemos mirar hacia Cristo, reconociendo nuestros pecados, y buscar honrar su nombre por amor a Dios. Esto nos llevará a conocer su Palabra y su carácter más y más. 🙂
¡Un saludo!