TE VEO, TE CONOZCO, TE AMO

Por Andrea Guachalla

¿Cómo podemos empezar a amarnos si no por medio de vernos y conocernos?

Se me ocurrió el título de este artículo hace muchos meses mientras charlaba con una amiga. Desde entonces, probablemente me senté y traté de escribir algo al respecto más de una vez, solo para que no saliera nada de mi bolígrafo (digital). Había captado el significado de algo que parecía importante, pero no estaba segura de lo que había que entender.

Un impulso hacia la comprensión no necesariamente de la teoría de la misma, sino de su aplicación vino a través de la vida gloriosa y ferviente de la iglesia. Mi iglesia. O mejor dicho, la iglesia que Dios me dio.

Comencemos por el comienzo de esa realización: ver es seguido por conocer, y conocer es seguido por amar.

Ver a una persona, ya sea por primera vez o alguien a quien ves repetidamente en un entorno específico, te hace consciente de su existencia apenas en la superficie. Es posible que al “ver” a las personas notes algunos de sus rasgos físicos o de carácter, pero aún no las CONOCES, por lo que no puedes, para bien o para mal, emitir ningún juicio válido.

Cuando llegas a “conocerlas”, pasas la superficialidad de la primera impresión y aprendes su historia, sus antecedentes, las cosas que han logrado en su vida hasta ahora. A medida que pasa el tiempo y surgen conversaciones, te das cuenta de algo más que su pasado. Aprendes de sus creencias, la forma en que ven las cosas, sus luchas y sus miedos. Aprendes las cosas que les dan gozo y de las cosas que les quitan el gozo. Es entonces cuando puedes amarlas. Puedes, después de verlas y conocerlas, amarlas por fin. Puedes serles útil cuando estás al tanto de sus necesidades. 

Ahora, todo esto suena bien en la teoría. Suena como una progresión lógica hacia el amor mutuo. Sin embargo, de la misma manera que uno no es regenerado por el conocimiento puro y los buenos argumentos de la fe cristiana, sino por el Espíritu Santo, el conocimiento tampoco es suficiente para amar a Dios o a los demás. Amar requiere la obra de Dios en nuestras almas y la guía del Espíritu Santo. Requiere conocer la fuente suprema del amor perfecto, Cristo, a través de la Palabra de Dios.

Estos últimos meses, luché en mi intento de comprender cómo esta progresión conduce al amor bíblico práctico, no solo porque conlleva cierta complejidad en sí misma, sino porque sabía que comprenderla más cabalmente significaba que tendría que aplicarla tarde o temprano, y no sabía si estaba lista para eso. 

¿Estaba retrasando voluntariamente escribir sobre esto? Probablemente. Pero Dios tiene formas interesantes de enseñarte cosas incluso cuando no quieres aprender. Este pasaje apareció en uno de mis devocionales hace unas semanas:

Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aun más y más
en ciencia y en todo conocimiento,
para que aprobéis lo mejor,
a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo,

Filipenses 1: 9–10, Reina Valera 1960

Allí está, el apóstol Pablo llamando a los filipenses a abundar en amor con CONOCIMIENTO y DISCERNIMIENTO. El pasaje no se refiere a conocer a los demás (ver a otros) de una manera meramente superficial, sino que llama a los creyentes a abundar en amor conociéndose unos a otros con discernimiento. Uno de los comentarios que leí sobre el pasaje dice que el discernimiento en este contexto significa saber cómo servirnos unos a otros. Una exposición de este pasaje en Tabletalk de Ligonier Ministries dice que abundar en amor con conocimiento y discernimiento implica que este amor es relacional. Estamos llamados a tener una relación con el objeto de nuestro amor. Si no fuera así, ¿de qué otra manera podemos llegar a conocer sus necesidades y deseos más profundos para poder servirlos y orar por ellos?

El amor es relacional. En palabras de Voddie Baucham, que creo que van bien en este contexto:

“El amor es un acto de la voluntad acompañado de emoción
que lleva a la acción en nombre de su objeto”.

Un acto de amor, seguramente, vendrá del conocimiento y el discernimiento.

Aquí debo para y decir: Dios es misericordioso. De ninguna manera podría haber entendido esto si no fuera por la gloriosa y ferviente vida de la iglesia. Mi iglesia. La iglesia que Dios me ha dado… Porque a través de ella me di cuenta de esto:

Soy vista, soy conocida, soy amada por otros

Cuando finalmente me senté a escribir este artículo, honestamente (y tal vez con arrogancia) pensé que estaría escribiendo sobre mi propio crecimiento y cómo veo, conozco y amo a los demás. Pero la verdad es que no pude. No hay nada que escribir sobre cómo Andrea ama a los demás porque cuanto más aprendo de lo sacrificial, paciente, perdurable y misericordioso que es el amor de Dios, más me doy cuenta de que no sé cómo amar. Y cuanto más me doy cuenta de que no sé cómo amar, más me doy cuenta de que necesito la Palabra de Dios, y necesito la Iglesia de Dios, la Novia de Cristo, el Cielo en la Tierra, que me enseñe como amar.

Yo, en mi sabiduría humana pecaminosa, tiendo a ver, conocer y amar a otros a medios, intento servir desinteresadamente y terminar sirviendo con arrogancia, pero sé a dónde puedo ir para aprender acerca de la abnegación, servicio y amor verdadero. Y no es solo la vida santa de nuestro glorioso Salvador Jesucristo de la que aprendo a amar, sino a través de aquellos que son redimidos por Él, Su Iglesia.

Puede que no sepa cómo perseverar a través de relaciones duras, y puedo tender a desvincularme de ellas cuando conllevan más inconvenientes que beneficios, pero aprendo cuán desinteresado es el amor de Cristo cuando veo a los miembros de mi iglesia (Su iglesia) perseverar en amarse los unos a los otros relacionalmente. Veo el amor sacrificial de Dios cuando los veo priorizando a los demás sobre sí mismos, y sin importarles obtener ningún beneficio, sino buscar servir antes de ser servidos.

Y eso, además de Cristo y Él crucificado por nuestros pecados y resucitado para la gloria de Dios, es la mayor bendición. Eso es el cielo en la tierra.

Puede que no sepa amar, pero puedo ver cómo Dios me está enseñando a través de la forma en que mis hermanos y hermanas en Cristo me vieron. Y no contentos con verme, invirtieron su tiempo en conocerme. Y no contentos con solo conocerme me amaron. 

¿Existe mayor ánimo par el alma? 

Si pudiera ver, conocer y amar a los demás como ellos me aman, estoy seguro de que estaría más cerca de ver, conocer y amar a otros como lo hace Cristo.


Referencias:

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