LA LIBERTAD QUE DISFRUTAMOS E IGNORAMOS

Por Andrea Guachalla

Alguna vez has soñado que estabas en un campo de concentración o que escapabas de grupos religiosos extremistas que te perseguían, o que vivías bajo un gobierno dictatorial que no permitía la libertad de expresión?

Si vives en el mundo occidental, o en América Latina, o en cualquier país donde puedes expresar tus opiniones sin ser perseguido, probablemente nunca o rara vez hayas experimentado situaciones extremas en las que fuiste perseguido por tus creencias religiosas, posición política, puntos de vista filosóficos o identidad nacional.

Sin embargo, no hace mucho tiempo, solo unas décadas antes de que naciéramos, nuestros padres experimentaron verdaderas carencias y necesidades, nuestros abuelos estuvieron sumergidos en guerras y vieron la muerte de muchos por inanición y persecución política. En la antigua Roma los cristianos fueron perseguidos maliciosamente por el emperador Nerón, sus casas fueron quemadas, y ellos golpeados y asesinados. En Latinoamérica, nuestros padres, tíos y abuelos tuvieron que soportar dictaduras militares una tras la otra que los llevaron a hacer filas interminables para comprar pan y leche por cantidades ridículamente altas de dinero debido a la inflación. Temiendo por sus vidas, tuvieron que dejar que los militares entraran a sus casas para confiscar todo tipo de armas y libros cuya posesión no era permitida por el gobierno. Tuvieron que ver a miembros de sus familias ser arrestados y preguntarse si alguna vez los volverían a ver. Europa vio la pérdida de millones de vidas debido a los ideales del nacional-socialismo alemán: hay pocos abuelos de los países más afectados que no recuerdan haber perdido a un familiar o amigo o haber experimentado hambre como resultado de la Segunda Guerra Mundial. 

Los ejemplos son infinitos… Durante décadas, si no siglos, no hubo lugar para hablar sobre las opiniones políticas o las creencias religiosas de uno sin estar en peligro de ser asesinado o perseguido. Pero incluso ahora mismo vemos eso en el mundo.

Cristianos son atacados, discriminados, perseguidos y asesinados en al menos 50 países, incluidos Corea del Norte, Rusia, Birmania, China y otros, según Open Doors. Se sabe que 13 cristianos son asesinados todos los días en todo el mundo debido a sus creencias. Las etnias como los uigures y otras minorías musulmanas en China son enviadas a campos de concentración de “reeducación” donde son abusadas por las autoridades chinas, obligadas a someterse a procedimientos de esterilización y aborto, y luego son asesinadas. Las universidades de Alemania, Austria, Suecia, los Estados Unidos de América y otros países no dan lugar a los estudiantes que no están de acuerdo con las principales narrativas del feminismo, el marxismo, la ideología de género y otras ideologías que avanza la agenda de izquierda. El “discurso de odio”, es decir, cuestionar lo que se enseña en el sistema educativo de izquierda, puede ser sancionado con multas e incluso con la cárcel. Países comunistas como Corea del Norte, China, Venezuela y Cuba mantienen a su población viviendo en la miseria y muriendo de hambre y no dudan en matar a cualquiera que se oponga al régimen. La industria del entretenimiento de Hollywood cancela y desarma a cualquier celebridad o cineasta que no esté de acuerdo con su agenda liberal, como le sucedió a Gina Carano.

Y, sin embargo, aunque todo esto está en nuestra historia y toda esta injusticia está tomando lugar en nuestro mundo caído, todavía somos libres de expresar nuestros pensamientos en muchos (si no en la mayoría) de los países existentes en la tierra. Podemos compartir nuestras opiniones y no ser perseguidos por ellas, podemos diferir de los puntos de vista políticos con nuestro vecino y no ser odiados por ellos, podemos expresar nuestros desacuerdos con respeto en busca de la verdad y no ser asesinados por hacerlo. Podemos compartir nuestra fe cristiana y ser rechazados, y tal vez incluso odiados, pero difícilmente seremos blanco de la muerte. Cualesquiera que sean nuestros desacuerdos, nuestros vecinos no pondrán en secreto una bomba en nuestras casas como les sucedió a tantos durante las dictaduras militares en Argentina.

PODEMOS HABLAR. Y sin embargo… permanecemos en silencio. Dejamos que los principales medios de comunicación nos eduquen, adoctrinen y dominen el mundo digital. Estamos ocupados quejándonos de cómo el sistema educativo se ha vuelto tan liberal ideológicamente y, aún así, no discutimos el tema con maestros, padres, estudiantes y directores de escuela. Nos quejamos de que las universidades parecen ser intolerantes con los estudiantes y profesores que cuestionan las narrativas marxistas que se están impartiendo y, sin embargo, no nos ponemos de pie y debatimos con respeto pero con firmeza durante las clases a las que asistimos. Vemos a muchos de nuestros compañeros arruinados por el feminismo, la interseccionalidad y el “anti’imperialismo”, etc. y, aún así, es más cómodo permanecer callado sobre esos temas. Vemos a nuestros amigos “cristianos” siendo engañados por iglesias progresistas donde las doctrinas bíblicas son atacadas frontalmente, y no decimos nada, no discutimos nada, no los convencemos de nada, no nos aseguramos de que conozcan el Evangelio. Estamos demasiado cómodos y ocupados quejándonos de nuestras desventajas e incomodidades imaginarias.

Nuevamente: podremos ser rechazados y odiados hasta cierto punto por estar en desacuerdo y discutir ideologías ampliamente aceptadas, incluso si lo hacemos con amor y respeto porque LA VERDAD DUELE, y EL EVANGELIO ES OFENSIVO. Pero no nos matarán como solía pasarle a la gente hace décadas, siglos y milenios. Todavía estamos a salvo. Al menos en la mayor parte del mundo.

No es suficiente quejarse del estado de las cosas en el mundo o darte cuenta de que has sido engañado durante muchos años por lo que la televisión y la escuela presentan como hechos. No es suficiente conocer el Evangelio intelectualmente o ver los peligros de las falsas enseñanzas dentro de la iglesia. No es suficiente saber. Debemos usar ese conocimiento sabiamente y actuar, hablar, tener discusiones, cambiar opiniones, presentar hechos, razonar con otros y, lo que es más importante, es hora de permanecer firmes en la verdad de la Biblia y predicar el Evangelio, predicar el Evangelio, predicar el Evangelio. Incluso si eso te gana algunos enemigos. Es hora de gritar que el gobierno, las celebridades y los científicos no son nuestros salvadores, ni tampoco ninguno de nosotros. Solo hay un salvador que puede abrirnos nuestros ojos a la realidad y la verdad y ese es Cristo a través de la palabra y la gracia de Dios. 

Seamos, entonces, como Cristo, el Hijo de Dios, que habló con valentía la verdad de su Padre, aun sabiendo que eso lo llevaría a la peor de las muertes y al odio de los hombres, y sin embargo lo hizo por nosotros. Seamos como Él, que se presentó ante los ricos, las autoridades gubernamentales y los hipócritas maestros religiosos, y no se preocupó por su posición económica o social, ni por el daño que pudieran causarle, sino por honrar a Su Padre hablando la verdad a todos ellos, sabiendo que se tomaría como ofensiva. No temamos a los hombres que solo pueden matar el cuerpo pero no tienen poder sobre nuestras almas, temamos sino a Dios, quien es dueño de nuestras almas y puede hacer con ellas lo que Él quiera (Mateo 10:28). Démosle gracias por la libertad que tenemos en nuestro tiempo para compartir su verdad con sabiduría, y veamos las bendiciones que a menudo ignoramos: tenemos comida en nuestro refrigerador y agua para beber, manjares que el apóstol Pablo no disfrutó, ni los que murieron en el holocausto, o los que ahora están encarcelados en campos de concentración en China. Se nos permite estar en desacuerdo y tener discusiones sin ser apedreados o asesinados, a diferencia del apóstol Pablo o nuestro salvador Jesucristo mismo. 

Agradece por lo que tienes y lo que se te permite hacer, te lo ruego. Habla la verdad con amor a tu prójimo, no para honrar a los hombres ni a ti mismo, sino para honrar a Aquel que es digno de honra y alabanza por los siglos de los siglos.



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