Por Shantal Palacios
“Dios nos ha llamado a vivir vidas santas, no impuras” 1 Tesalonicenses 4:7, NTV.
La pureza es un estado al cual Dios dispuso en su voluntad llevarnos por medio de Cristo mediante la fe, es la consecuencia misma de habernos hecho libres del pecado. Es por este motivo que podemos encontrar a lo largo de las Escrituras un llamado claro y reiterado a vivir vidas puras lo cual agrada y da gloria a nuestro Padre. Sin embargo, a menudo tenemos un concepto erróneo de lo que vivir en pureza se refiere, por lo que nuestra búsqueda de obedecer y seguir este proceso es también equivocada y puede conducirnos al pecado. Irónicamente contrario a lo que pretendemos hallar.
Esta pureza desacertada a la cual daremos por nombre en este texto como “mi pureza”, entendiendo que proviene de mis propias fuerzas y de un enfoque legalista, no así de la guía del Espíritu Santo mediante el conocimiento de las Escrituras, nos lleva a sumergirnos en diferentes razonamientos, pensamientos y prácticas pecaminosas muy sutiles, que de no ser confrontadas con la Palabra de Dios, pueden guiarnos muy lejos de la pureza verdadera a la cual Dios no ha llamado.
Pero… ¿Cuáles son las prácticas pecaminosas a las que “mi pureza” me lleva?
En el primer artículo de esta serie “Una Introducción a la Cultura de la Pureza”, encontramos algo peculiar, el énfasis que se le ha dado al concepto de pureza ha tenido un enfoque primario en el ámbito sexual. La mayoría de las enseñanzas sobre la pureza dentro de la iglesia son frecuentemente dadas desde una perspectiva sexual, y esta es una de las razones por las que al oír la palabra pureza, la mayoría de las personas la ve ligada a la sexualidad específicamente. Como vimos en el artículo pasado, el énfasis que se le da a la pureza sexual, no siempre es bíblica, sino legalista. Naturalmente, un entendimiento errado conlleva una aplicación errada, y una perspectiva no-bíblica sobre la pureza, la sexualidad y el matrimonio. Estos son algunos ejemplos:
Mi pureza me lleva al orgullo
En muchas ocasiones el guardarnos sexualmente durante nuestra vida, en dedicación a aquella persona con la que esperamos formar un hogar, nos lleva a pensar que somos “seres especiales”. ¿Por qué? Porque la sociedad está acostumbrada a la promiscuidad sexual e incluso llega a festejarla, por lo que la sexualidad de acuerdo a como Dios la define en su Palabra es cada vez menos practicada. Es por estos factores que al ver el contraste entre alguien que busca la pureza sexual y alguien que es promiscuo sexualmente, aquel que permanece puro en ocasiones es rodeado de elogios, admiración e interés por personas del sexo opuesto, tanto fuera de la iglesia como dentro de ella, y especialmente dentro de la iglesia porque dentro de ella, ésta es una práctica ejemplar y una muestra de obediencia a Dios.
La respuesta a estos pensamientos y actitudes de parte de los demás pueden tomar un sentido equivocado en nuestra actitud, que es creer que merecemos exactamente lo que hemos logrado en cuanto a la pureza sexual. Pensamos que el habernos mantenido vírgenes hasta este momento es nada menos que un logro que, sin duda, merece su premio. Este razonamiento revela que nuestro enfoque para mantenernos puros no es nuestro amor a Dios sino el amor a nosotros mismos. Pero sabemos que esta actitud es una muestra de un carácter orgulloso.
Dios nos muestra en su Palabra la posición que tendrá frente a personas que tomen esta conducta… “Y él da gracia con generosidad. Como dicen las Escrituras: «Dios se opone a los orgullosos pero da gracia a los humildes»”. Santiago. 4:6, NTV.
Consideremos que todo lo bueno que poseemos o hemos logrado es proveniente de las misericordias de Dios mismo y no de nuestro propio esfuerzo. Cuando corregimos nuestro enfoque en este punto podemos entender que realmente no merecemos nada y que en Cristo hemos recibido todo lo que necesitamos y merecemos e incluso mucho más.
Mi pureza me lleva a la arrogancia
Otra de las actitudes o pensamientos en los que podemos caer es el de creer que somos superiores a las personas que no guardaron su sexualidad de manera correcta incluso si aquella persona se ha arrepentido de su vida pasada y ahora tiene una vida diferente. Si esta persona ya ha sido perdonada y su pecado antiguo pagado y olvidado por Dios, ¿cómo podemos nosotros aún tener en cuenta su pecado?
Esta actitud es una señal de no haber entendido bien la condición en la que estamos como seres humanos, pues el pecado mora en nuestro cuerpo y debemos recordar que somos pecadores no por el hecho de practicar el pecado, sino porque tenemos una condición de pecado heredada, es decir que el pecado está ahí en cada uno de nuestros miembros, listo para salir justo en el momento que le demos lugar. De hecho, el pecado se inicia en nuestro corazón. Pecado no es aquel que simplemente tenemos a la vista. Como dijo Jesús en Mateo 5:27-28, NTV. »Han oído el mandamiento que dice: “No cometas adulterio” Pero yo digo que el que mira con pasión sexual a una mujer ya ha cometido adulterio con ella en el corazón.
Es por este motivo que no debemos sentirnos superiores a nadie, todos nosotros necesitamos la santificación que Cristo nos provee por medio del Espíritu Santo día a día. Así que veamos la realidad, no seamos arrogantes pues esta actitud es detestada por Dios. Veamos más bien a los demás con humildad conscientes de que cualquier cualidad o virtud en nosotros es únicamente por gracia de Dios.
No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes. Filipenses 2:3,NTV.
Mi pureza me lleva a la autosuficiencia
Es algo común y “automático”, por decirlo de alguna manera, pensar que guardarse sexualmente se debe a nuestros esfuerzos, ya que todo lo avanzado y logrado es visiblemente ejecutado por nuestras fuerzas y de hecho, está en nuestra naturaleza caída alejar nuestra confianza de Dios y ponerla en nosotros mismos. Esta actitud es en gran manera un retroceso en nuestra vida espiritual, adoptando esta posición estamos negando la gracia y providencia de Dios , no le estamos reconociendo como deberíamos.
Así que, regresemos a nuestro encuentro inicial con Cristo donde éramos conscientes de nuestra total incapacidad de hacer el bien, incluso de distinguir entre las obras de pecado y las obras de justicia. Volvamos a entender aquella falta de control sobre nosotros mismos que nos impedía agradar a Dios y que nos llevó a quitar toda confianza en nuestras fuerzas y depositarla totalmente en nuestro Señor y Salvador. Entonces comprenderemos que todo lo que podemos avanzar y lograr es posible y agradable gracias a estar unidos a Cristo.
“Ciertamente, yo soy la vid; ustedes son las ramas. Los que permanecen en mí y yo en ellos producirán mucho fruto porque, separados de mí, no pueden hacer nada.” Juan 15:5, NTV.
Mi pureza me lleva al deleite de mis propias obras
Si de alguna manera pensamos que el guardarnos sexualmente es resultado meramente de nuestros esfuerzos, lo siguiente que haremos es deleitarnos en estas obras, pero este deleite es pecado si lo estamos haciendo por encima del deleite que debe haber en Dios y su gracia demostrada en nuestras obras. Tener un entendimiento errado de la santificación nos lleva a estar satisfechos en nuestras propias obras, lo cual es incorrecto y lleva a la idolatría.
Observemos bien que nuestras obras sin Cristo no son agradables a Dios, es por nuestra misma condición caída que no podemos realizar obras que lleguen a los estándares de Dios, quien es perfecto y santo. No importa la cantidad de buenas obras que hagamos nunca serán suficientes.
Es así que sólo mediante nuestra confianza en el sacrificio perfecto de Cristo, nuestras obras pueden ser aceptadas por un Dios que es absolutamente santo y en el que no hay ni una milésima parte de tinieblas, estas obras son fruto de la nueva vida que tenemos en Cristo.
“Estamos todos infectados por el pecado y somos impuros. Cuando mostramos nuestros actos de justicia, no son más que trapos sucios.” Isaías 64:6, NTV.
Mi pureza me lleva a alardear
Entonces, si estamos orgullosos y satisfechos en nuestro logro frente al compromiso de guardarnos sexualmente para nuestro futuro esposo(a), es una gran opción contárselo a los demás para que se enteren de lo bien que lo hemos hecho. Queremos recibir la admiración de los demás y llevarnos la gloria nosotros mismos. Pero esta actitud es aborrecida y despreciada por Dios.
Nos jactamos de estos logros sin estar conscientes de que han sido producto de la gracia de nuestro Dios poderoso, e ignoramos que si Él quiere podría despojarnos de ellos mañana mismo, porque estos logros le pertenecen. Él es el que nos ha provisto de su Espíritu Santo para lograrlo, nos ha dado su Palabra para que sea luz en nuestro camino y nos da su misericordia cada día para poder avanzar a pesar de nuestros errores. Nuestra actitud, por tanto, debería ser muy diferente y llena de humildad; guardar silencio acerca de nuestros logros y si salen a luz buscar que la gloria sea rendida al único al que le pertenece y que es digno, Cristo.
“Esto dice el Señor: «No dejen que el sabio se jacte de su sabiduría, o el poderoso, de su poder, o el rico, de sus riquezas. Pero los que desean jactarse, que lo hagan solamente en esto: en conocerme verdaderamente y entender que yo soy el Señor quien demuestra amor inagotable y trae justicia y rectitud a la tierra, y que me deleito en estas cosas. ¡Yo, el Señor, he hablado!” Jeremías 9:23-24, NTV.
La pureza verdadera no consiste en guardarse en el ámbito sexual únicamente, no consiste en un conjunto de acciones que nos resguarden de caer en pecados visibles, sin importar la actitud, pensamientos y enfoque que tenga el corazón detrás de todo esto. La pureza genuina comienza desde el interior, y se verá reflejada en el exterior, indudablemente… Comienza desde aquel corazón rendido a Cristo, un corazón guardado solo para Él, nuestro Salvador, y buscar agradarle; sin menospreciar a otras personas porque uno ha conocido que está en la misma situación si no fuera por la gracia de Dios; depositando la confianza y deleite no en las obras de uno mismo sino en aquella obra que tiene el verdadero valor, la obra de Cristo; y renunciando a cualquier palabra o actitud que busque nuestra propia gloria y que de lo contrario anuncie que la gloria por todos los logros corresponde al proveedor de todo esto. ¡Esa es la pureza!
Dios en su infinita sabiduría quiso revelarnos la verdadera pureza mediante su Palabra, en ella podemos encontrar no sólo lo que es la pureza sino también una sexualidad y matrimonio idóneos para el ser humano ya que todo esto ha sido diseñado por nuestro Creador. Así mismo podemos descubrir en la Palabra de Dios todo lo referente a los anteriores pecados para guardarnos de caer en ellos. Escudriñemos la Palabra del Señor y comencemos desde hoy a vivir en la verdadera pureza.
“Dios bendice a los que tienen corazón puro, porque ellos verán a Dios.” Mateo 5:8, NTV.