Por Andrea Guachalla
Probablemente hayas oído hablar de personas conocedoras como Ben Shapiro y Jordan Peterson, dos de las personas a las que personalmente admiro más en el ámbito académico y político debido a los valores cristianos que defienden. Ben es un prolífico abogado y comentarista político, graduado de la Facultad de Derecho de Harvard y un judío devoto cuya religión no cree en la deidad de Cristo. Jordan, por su parte, es un reconocido profesor de la Universidad de Toronto, investigador en el campo de la psicología, autor de varios libros, quien respeta el cristianismo, la Biblia y a la persona de Jesús, aunque no cree que sea el hijo de Dios.
Si ves a los dos en entrevistas como ésta te darás cuenta de que pueden pasar horas y horas compartiendo sus puntos de vista sobre la religión, Dios, el propósito de la humanidad, la historia y la Biblia con elocuencia y precisión. Pueden citar pasajes tanto del antiguo como del nuevo testamento, explicar el origen de las religiones del mundo y dar lecciones enteras sobre la historia y el contexto cultural e histórico en el que se escribió la Biblia… Pueden hacer todo eso y probablemente más, y seguramente son elogiados por ello, pero hay una cosa que no entienden por completo: EL EVANGELIO.
Podrán leer la Biblia con frecuencia y asistir a la iglesia cuando se supone que deban hacerlo, podrán admirar quién era Jesús y exaltarlo por cómo cambió el mundo, podrán contar historias y parábolas que leyeron y estudiaron en la Palabra de Dios. Pero, incluso en toda su grandeza e inteligencia humanas, no podrán decirte cuál es el objetivo principal de la Biblia. No podrán, a menos que Dios se lo permita, poder decirte el mensaje salvador que Dios nos ha enviado en Su palabra.
¿Como puede ser? Te preguntarás. ¿Cómo pueden personas con tanta inteligencia, disciplina y el deseo de conocer la verdad en este mundo lleno de mentiras, ser incapaces de captar las verdades que se revelan en la Biblia? ¿Cómo es posible que no sepan de qué trata la Biblia en esencia?
Y la Biblia responde:
“Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen.
Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria.
Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.
Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.
1 Corintios 2:6-8, 12-14
Es a través de la sabiduría de Dios que el mensaje salvador de la cruz de Cristo se revela a quienes Él desea, no mediante la sabiduría humana, los logros académicos, la riqueza o la gran inteligencia. En todo caso, la Biblia dice que los ricos y los que tienen un gran conocimiento tienden a ser orgullosos (1 Timoteo 6: 17-19, Proverbios 26:16) y rechazan el Evangelio como algo que no necesitan. Son los necesitados y los de espíritu abatido los que están más prontos a escuchar acerca del gran salvador que tenemos en Jesús (Mateo 5: 3). Sin embargo, no es por ser pobres o ricos, genios o poco inteligentes que somos capaces de captar lo que significa el Evangelio. Entendemos el Evangelio por la pura gracia de Dios que decide revelarnos el significado de Su palabra.
El Evangelio debe ser predicado a todas las naciones y tendrá un efecto en aquellos a quienes Dios ha conocido desde antes de la fundación del universo, predestinados a la salvación, aquellos que sin importar su riqueza, pobreza, brillantez, personalidad u obras fareseicas son llamados por el Padre, justificados por la obra de Cristo, y glorificados para vivir en gloria eterna con Aquel que nos creó para este fin: para glorificarlo (Romanos 8: 29-30).
Puede que no seamos tan brillantes como Ben Shapiro o Jordan Peterson, y puede que no tengamos todas las respuestas a todas las preguntas, pero tenemos un Dios misericordioso que nos eligió para la salvación independientemente de ello, y a través del cual seremos santificados, creciendo en conocimiento y la aplicación de Su palabra en nuestra vida diaria.
Dios es tan misericordioso que no se preocupó por las cosas que pudiéramos lograr con nuestras propias fuerzas o nuestra propia sabiduría, pero nos eligió tan pecadores como éramos, para ser sus herederos junto con Cristo porque deseaba hacerlo por el afecto de su santa voluntad. Esto no quiere decir que permaneceremos en nuestros pecados porque Dios nos ha dado la salvación libre e incondicionalmente (Romanos 6: 1-2, 15-18). Sin embargo, sí significa que al ser escogidos, justificados, llamados y salvados por Él, somos hechos sus siervos. Siervos de justicia.
Al conocer su carácter y sus mandamientos, y ser los objetos de su gracia, podemos reconocer que a menudo no cumplimos Su palabra y que somos indignos de Sus misericordias. Al saber cuán imperfectos somos y cuán santo y misericordioso es Él, podemos vivir en eterna gratitud buscando honrarlo y darle gloria.
“¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba?
1 Corintios 1:20-21, 25, Reina Valera 1960
¿Dónde está el disputador de este siglo?
¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?
Pues ya que en la sabiduría de Dios,
el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios
salvar a los creyentes por la locura de la predicación.
Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres,
y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”.