Por Andrea Guachalla
Hace meses mientras conversaba con mi familia en el desayuno hice un comentario como este: “todo está yendo sospechosamente bien para todos, seguramente algo malo va a pasar”. Esa misma semana, dos de mis hermanos consiguieron nuevos trabajos de la nada, a mí me estaba yendo bien con el trabajo y mis proyectos y (a diferencia de la mayor parte de nuestras vidas) no había habido ningún problema importante con el que lidiar en las últimas semanas o incluso meses.
Todo iba demasiado bien para ser verdad. Y yo no era la única que tenía ese pensamiento.
Ahora bien, digo que las cosas iban “sospechosamente” bien no porque soy pesimista o fatalista, sino porque año tras año yo y mi familia siempre habíamos tenido que pasar dificultades… Enfermedades, amenazas, divorcios, muertes, carencias materiales, y la carga emocional que puede venir con todo eso. Esa era nuestra “normalidad”. Así que me preguntaba si la razón por la que todo iba tan bien era porque se acercaba una tormenta.
Nadie sabía que una tormenta nos golpearía antes de lo que esperábamos.
Pasó menos de una semana desde mi comentario y, de hecho, la tormenta golpeó a la familia… Una vez más. Enfermedad, emergencias médicas, inestabilidad, decepción, oportunistas tratando de sacar ventaja de las circunstancias difíciles de otros y las luchas espirituales que vienen con no saber lo que Dios está tratando de enseñarnos en tales circunstancias.
Por supuesto, ante las dificultades, no todos reaccionan de la misma manera. Estoy segura de que muchos de mis familiares pudieron alabar a Dios incluso mientras sufrían y no se atrevieron a cuestionar por qué Él eligió probar su fe. Sin embargo, a otros (como a mí) les cuesta entender por qué Dios permite el sufrimiento y qué bien puede venir de las pruebas cuando estás siendo golpeado constantemente por ellas.
Aunque adiviné (con precisión) que mi fe y la de mi familia serían probadas, no creo que nadie haya anticipado la forma en que eso sucedería. Definitivamente no soy la que lo pasó peor esta vez y, sin embargo, creo que fui la que tuvo la actitud más débil ante la adversidad. En medio del caos varias preguntas se asentaron en mi corazón pecador: “¿Es esto todo lo que hay? ¿Simplemente ir de desgracia en desgracia hasta que todos muramos algún día? ¿Nunca habrá un momento en el que no pasemos por desgracias?
La vida no tenía mucho sentido. Las pruebas tampoco tenían sentido. Me preguntaba si Dios distribuye las dificultades a Sus hijos por igual, o simplemente elige al azar a aquellos que van a sufrir más. No hace falta decir que dudé de Su bondad. Tal vez en menor grado que antes, pero aun así… Luché por ver cómo Él era bueno y benévolo.
Durante semanas estuve convencida en mi corazón de que eso era todo lo que había en la vida: ir de desgracia en desgracia tratando de sobrevivir. Y pensar así me robó todo gozo hasta que finalmente me di cuenta de que estaba absoluta y completamente equivocada.
La vida no se trata de ir de desgracia en desgracia, sino de misericordia en misericordia.
La Biblia nos advierte que todos enfrentaremos una vida de dificultades, especialmente como cristianos. Al final del día, vivimos en un mundo caído y con una naturaleza caída. No podemos esperar más. No importa quién, todos enfrentarán el sufrimiento de una forma u otra, no hay escapatoria de eso. Sin embargo, lo que es necesario entender es que Dios usa las pruebas como herramientas para moldearnos a la semejanza de Cristo, no como un medio para castigarnos. La Biblia dice que debemos agradecer por las pruebas (Santiago 1:2-3), y que el Espíritu Santo es nuestro consolador.
Miro hacia atrás a las pruebas que mi familia y yo hemos soportado y me doy cuenta de que siempre ha habido algo por lo que estar agradecido. No solo porque las cosas podrían haber sido mucho peores de lo que realmente fueron, sino porque Dios nos había salvado por medio de la fe en Cristo. Él nos había dado una nueva vida. Eso nos hizo sentir agradecidos y llenos de esperanza incluso cuando todo lo demás estaba sumido en la desgracia. Sí, enfrentamos muchas pruebas (todo el mundo lo hace), pero con cada prueba vino la misericordia, y con la misericordia vino el gozo verdadero, eterno.
Antes solía agitar mi puño contra Dios cada vez que surgían circunstancias difíciles… Principalmente porque en mi corazón pecaminoso pensaba que Él permitía esas circunstancias arbitrariamente y Su único fin era hacerme miserable por el resto de mi vida. Qué equivocada estaba…
Ahora me doy cuenta de que es exactamente lo contrario. Dios usa las pruebas para acercarnos a Él, para hacernos depender de Él y encontrar consuelo en el Espíritu Santo. Él usa las pruebas para hacernos notar que no merecemos absolutamente nada y, sin embargo, en Su bondad, Él nos salva y nos cuida. Saber cuán indignos y pecadores somos debería llevarnos a darnos cuenta de que la vida no se trata de ir de prueba en prueba quejándonos y refunfuñando por nuestras circunstancias, sino de ir de misericordia en misericordia agradeciendo, sirviendo y amando a Dios y a los demás A PESAR de nuestras circunstancias.
Si las cosas también van sospechosamente bien en tu vida, ¡da gracias a Dios! Alégrate por lo misericordioso que es. Si estás pasando por pruebas y dolor, ¡da gracias a Dios también! En Su misericordia, Él te fortalecerá para soportar el sufrimiento y te guiará a ser más como Cristo, tu Salvador.