¡SÉ HUMILDE, NO CAPRICHOSO! Misericordia en Un Mundo Soberbio

Por Andrea Guachalla

Hay una cosa que he aprendido en el tiempo que he estado trabajando como educadora: la misericordia siempre es bienvenida mientras que la justicia es rechazada. Muestra un poco de misericordia con un estudiante cuando consideras que la situación lo amerita, y tendrás una multitud de estudiantes enojados que exigen recibir el mismo trato de inmediato.

Vivimos en tiempos extraños.

En los buenos viejos tiempos, recuerdo que los maestros y profesores tenían la última palabra en cualquier cosa, incluso si a veces eran injustos, y ningún estudiante se atrevería a desafiarlos por temor a parecer irrespetuosos.

Ahora hemos llegado a un escenario muy diferente en el que los estudiantes creen que tienen la última palabra sobre cualquier tema relacionado con ellos, incluso si a veces están siendo completamente irrazonables. Y no solo eso, la juventud de hoy es tan caprichosa que los educadores tienen muy pocas opciones con respecto a hacer cumplir las reglas en el salón de clases. O 1) no tienes reglas, cedes a la multitud y respondes positivamente a cualquier demanda, o 2) haces cumplir las reglas tan estrictamente y nunca muestras piedad a nadie, de modo que ningún estudiante se atreva a pedir nada fuera de lo que ya ha sido establecido.

La cuestión es que ninguno de estos parece ser el camino correcto a seguir: si uno opta por la primera opción, pierde autoridad por completo, y la otra opción no permite una interacción compasiva o empática con los estudiantes, lo que no parece ser correcto.

Debe haber una tercera opción que tendré que explorar y tal vez escribir sobre ella cuando llegue a una conclusión, pero por ahora no puedo dejar de horrorizarme por lo caprichosa que se han vuelto mi generación y las más jóvenes. Por eso intentaré explicar de dónde viene todo esto, por qué este tipo de actitud se opone directamente a lo que Dios nos ha llamado a ser, y cómo debemos actuar como cristianos.

¿De dónde viene esta tendencia a exigir con soberbia?

Antes de comenzar con esto hay que notar lo siguiente: la tendencia a exigir cosas que uno no merece no es algo nuevo. Ha existido durante tanto tiempo como los seres humanos, lo reconozco. Pero llama la atención que el respeto por las personas en una posición de autoridad se ha ido perdiendo cada vez más, hasta llegar a este punto.

Hay muchas razones por las que el exigir cosas con soberbia es tan común en nuestro tiempo, en este artículo abordaré dos de ellas, comenzando con la principal: ORGULLO. Citando a C. S. Lewis, dice que el orgullo proviene del mismo abismo del infierno y te lleva a subestimar a los demás mientras te sobreestimas a ti mismo. Yo diría que el orgullo, que es un pecado, es la primera razón por la que las personas sienten que tienen derecho a pedir cosas que no merecen. Y todos podemos caer en esto. Sí, incluso si somos cristianos. Pero encuentro que aunque todo el mundo está en peligro de ser orgulloso y exigir más de lo que merece, hay varias cosas que han estado exacerbando el problema.

Uno de los principales contribuyentes es la falta de disciplina de los padres hacia sus hijos durante la niñez y la adolescencia. Muchos padres hoy en día creen que es abusivo o cruel disciplinar a un niño, y por eso deciden dejar que hagan lo suyo y malcriarlos a medida que crecen, algunos otros padres están completamente ausentes, lo que es peor. Al centrarse en los efectos a corto plazo de esto, no pueden ver el daño masivo que están causando a sus hijos y que se verán claramente cuando crezcan. Los niños necesitan que se les enseñe lo que está bien y lo que está mal, y sufrir las consecuencias de sus actitudes pecaminosas y sus faltas de respeto a la autoridad.

Algo que he notado es que muchos padres creen que necesitan darles a sus hijos todo lo que ellos no tuvieron en su infancia, enfocándose en bienes materiales: regalos, grandes fiestas de cumpleaños, suministros interminables de alimentos, salidas elegantes, etc. Lo que pasa es que los niños aprenden a dar por sentadas todas estas cosas en lugar de estar agradecidos porque nunca tuvieron que trabajar duro para “merecerlas” o nunca pasaron por temporadas de carencia.

Difícilmente puedo imaginar algo peor que un padre que no disciplina a sus hijos y los mima con todo tipo de regalos cuando estos ni siquiera se muestran agradecidos por lo que reciben. ¿Quién no ha visto a un niño obligar a sus padres a comprarles un helado o un juguete del supermercado a gritos y llantos? He visto a niños golpear y empujar a sus padres y no recibir ningún castigo por eso.

Ahora bien, no digo que los padres deban disciplinar violentamente a sus hijos o hacerlos pasar por hambre a propósito para que aprendan a apreciar la comida, pero la misma Palabra de Dios dice que un buen padre disciplinará a sus hijos por amor a ellos (Proverbios 13:24). La Palabra no solo nos instruye a disciplinar a nuestros hijos, sino que también nos manda a “criarlos en la disciplina y amonestación del Señor”.

Tampoco estoy abogando por que los padres nunca, jamás, den regalos a sus hijos o viajen con ellos de vacaciones, pero sí creo que un niño necesita comprender el valor del dinero y el trabajo, y cuánto esfuerzo se necesita para comprar o pagar para cosas. La Palabra de Dios nos manda a estar agradecidos por todo (Filipenses 4:6, 1 Tesalonicenses 5:16-18), pero ¿cómo aprenderemos a estar agradecidos si damos todo por sentado? ¿Cómo aprenderemos a valorar el trabajo duro si nuestros padres siguen pagando nuestras cuentas incluso cuando ya somos adultos?

El hecho de que tantas personas sean flojas y soberbias es porque recibieron todo tipo de bienes de sus padres, pero nunca recibieron lo que realmente necesitaban: disciplina, instrucción y guía. Muchas personas se sienten con derecho a exigir cosas de los demás porque nunca pasaron por temporadas de hambre y escasez, y de tener que trabajar muy, muy duro para salir adelante. Muchos de mis compañeros no están dispuestos a trabajar a menos que el puesto de trabajo lleve en sí cierto grado de reconocimiento, incluso si tienen dificultades para pagar las cuentas. Muchos estudiantes se quejan cuando obtienen una nota de reprobación, sin estar dispuestos simultáneamente a esforzarse por aprender la materia que reprobaron.

Ahora, antes de continuar, sé que algunos padres que me conocen y están leyendo esto probablemente pensarán que no sé de lo que hablo porque no tengo hijos, y se sentirán tentados a ignorar lo que estoy diciendo aquí.

Es cierto que no tengo hijos, y tengo una experiencia muy limitada criándolos. Pero tengan en cuenta esto: soy una hija y tengo mucha experiencia en ser una. El tipo de instrucción y disciplina que recibí cuando era niña definitivamente no fue perfecta, pero escúchame cuando digo esto: incluso con todas las carencias (especialmente viniendo de mi padre), y las dificultades que enfrenté de niña sigo estando infinitamente agradecida con mi madre porque nunca me mimó al punto de malcriarme y me permitió trabajar desde muy temprana edad. Miro atrás y no hay nada que cambiaría.

Veo a tantos de mis compañeros arruinados por los hábitos que formaron en sus años de infancia y adolescencia, que a veces no puedo evitar dejar de hacer lo que estoy haciendo y agradecer a Dios por el hecho de que tuve que aprender a apreciar las pequeñas cosas (como la comida y los tiempos de paz) y a valorar el trabajo duro por encima de la comodidad.

Hoy en día, muchos de nosotros damos todo tipo de cosas por sentado, y nunca agradecemos al Señor por las cosas que no merecemos: nuestras familias (sí, incluso si no nos llevemos bien con nuestros padres o hermanos), nuestros trabajos (sí, incluso si consideramos que tenemos el peor trabajo del mundo), nuestras iglesias (sí, incluso si hay problemas que resolver dentro de ella), suministros de alimentos (sí, incluso si no podemos comer todo lo que nos gustaría).

Los ejemplos de cosas por las que no estamos agradecidos son literalmente innumerables.

No entraré mucho en esto, pero quiero mencionar algunas otras cosas que están exacerbando la soberbia generalizada que vemos en nuestra época: la disponibilidad de cualquier cosa que se te ocurra en Internet, el poco esfuerzo que debemos hacer para conseguir cosas que hace décadas requerían tanto trabajo, redes sociales, tendencias ideológicas como el feminismo, el marxismo, la teoría racial crítica, y tantas otras. Espero poder ampliar algunos de estos en un futuro próximo, pero por ahora permítanme terminar diciendo esto:

Dios nos ha llamado a SER HUMILDES, NO CAPRICHOSOS

Hace un par de semanas mi pastor predicó sobre Filipenses 2:5-8. Si estás familiarizado con esta carta, sabes que este pasaje habla de Cristo y de cómo él no contó su deidad como algo a lo que aferrarse. Se sometió voluntariamente al plan de redención de su Padre.

Ahora, debemos notar esto: si hay una sola persona en el planeta tierra que alguna vez tuvo el derecho de exigir cosas fue Él, Jesucristo, el mismísimo Hijo de Dios. Se merecía un trono de oro en la tierra, la alabanza de absolutamente todos, incluyendo reyes y gobernantes. Se merecía todo tipo de bienes y lujos y, sin embargo, nunca exigió que lo trataran de esa manera o que le dieran más de lo que tenía. Al contrario, se hizo siervo del hombre. Sí, Él, el que tenía derecho a exigirlo todo vino a servir.

Para entender hasta qué punto se humilló a sí mismo, debemos recordar que no vino a servir a las buenas personas que eran rectas y justas. Literalmente vino a ofrecer un camino de salvación mediante su muerte a las mismas personas que gritaron “¡crucifíquenlo!” y lograron matarlo sin cargos. Él vino a morir por Sus enemigos. ¿Quién lo escuchó alguna vez exigir ser tratado mejor sobre la base de que Él era el Hijo de Dios? Sirvió a hombres injustos hasta exhalar su último aliento, y lo hizo con humildad.

Si pudiéramos rastrear todo lo que está mal en el mundo a una sola cosa, sería esta: no conocemos a Cristo, y no sabemos cuán inferiores a Él somos. Nos atrevemos a ser soberbios, perezosos y enfocarnos en las comodidades porque no conocemos al Hijo de Dios. No sabemos la extensión de la humillación por la que pasó. Creemos que realmente merecemos más de lo que tenemos, y por eso no podemos entender lo que es la misericordia. Si alguna vez llegáramos a conocer nuestra condición pecaminosa, seríamos conscientes de que no solo no merecemos nada, sino que realmente merecemos la muerte y la condenación eterna.

Vivimos en tiempos extraños y oscuros, donde se fomenta el capricho y se celebra el pecado. Pero tenemos esperanza en Cristo. Tenemos esperanza en que siempre podemos acercarnos a Dios en oración y pedirle salvación con un corazón humilde.

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